El éxodo de un pueblo condena siempre las causas que lo provocan y maldice a los culpables.
La Biblia reflejó esa cualidad cuando ubicó entre las tribus semitas a un pueblo que huía de la esclavitud faraónica. La memoria de la estampida fulminó una de las formas mas abyectas de dominación.
Algo de eso reaparece en esta tierra.
En la época del incario, la población sufrió las migraciones mitimaes. Todo aquello se resolvía en las disputas divinas.
Hoy, la emigración de ecuatorianos está ligada a la presencia de otros tormentos. Cierta errabundez de la que enferman las especies que pierden su espacio, su sentido de dirección, su patria, invade todos los espíritus.
El poder no debe reducírselo a uno de sus representantes, Jamil Mahuad, aunque haya constituido el símbolo mas conspicuo de su degradación. Ese poder ha cambiado de vestimenta, ha provocado la mas honda pérdida de identidad nacional. El país fue subordinado a criterios de fuerzas internacionales. El avasallamiento fue declarado virtud y disminuyó la voluntad para reconocer derrotas, peldaños fundamentales en la evolución de la experiencia social.
La desmesura del poder impuso, al parecer, un hecho irreversible: la impotencia del pueblo ecuatoriano destinado a glorificar a los responsables de la putrefacción nacional que han irrespetado el pasado de esta nación, desconocido sus raíces y suprimido la protesta de sentido histórico.
Amplios sectores financieros, bancos empresariales, élites hartas de «hacer el bien», no han defendido jamás trascendentales procesos productivos y técnicos. Han optado por desconocer la educación, la salud, los factores culturales. Imponen la violencia -devaluación, inflación, despojo- para satisfacer apetitos de corto alcance. Y, al fin, renuncian a los contenidos del ejercicio de las funciones estatales, para hacer del país un territorio sin soberanía real.
El pueblo fue arrasado en sus opiniones, en sus planteamientos electorales y plebiscitarios. Su voz no existe. Las oposiciones de los de arriba y las de sus sirvientes constituyen la «opinión pública».
Para colmo, desde la irresponsable concesión de la base de Manta, Ecuador fue convertido en objetivo militar, negándole la paz. Los simulacros y encubrimientos de las operaciones militares alrededor de la guerra civil en Colombia ahuyentan la inversión de capital. No obstante, la élite económica y política podría continuar, a pesar de la dolarización, la rutina especulativa, la usurpación de recursos, el parasitismo bancario que empobrece aún más a la población donde crece el número de trashumantes.
Este éxodo tiene algo de la tribu de Leví. Se comienzan a escuchar gritos de guerra. Los que se van han sido echados por los mandatarios del oro.
Se expatrían así mismos porque la patria huele mal. Se deportan. Son capturados y acusados de la huida. Si mueren en sus recintos, no pasa nada, pero, ¡ay!, si pretenden huir.
A veces cuando matan a sus propios hijos y hermanos, cuando se deshacen de sus viejos, quisieran tener un Moisés que les diga que «Dios les da la bendición». Anhelan construir su morada en otro lugar del mundo, aunque los egipcios de antaño con nombres distintos los persiguen y donde los encuentran fabrican altares de holocausto.
El éxodo no es solo de los que se van, también lo es de los que se quedan. Es el cuerpo de un delito social de este desmesurado poder. Su desenlace está en la historia.