Taíti Bandraputra es el nombre de uno de los Estados extinguidos del Asia Menor. Participó en disquisiciones sobre agorerías y predicciones acerca de la Primera Guerra Mundial.
Su final fue copado de vaticinios, invocaciones morales, religiosas, declaraciones de fe. De sus vírgenes hubo más devotos que de otras deidades. La memoria de ese Estado y sus discusiones han perdido sentido respecto del destino. Apenas lega la experiencia de su disolución en el mercado.
En la venta de Bandraputra participaron pasiones que tramaron diálogos y remates de atropellada torpeza.
La jefatura de Taíti Bandraputra tenía entre sus seguidores adivinos y ministros intermediarios de vírgenes quienes comunicaban al presidente de aquellas cuitas. Nada gustaba mas al jefe que contar en su gabinete con médiumes interlocutores entre él y los brazos de dios.
Bandraputra fue una incipiente y arcaica bolsa de valores y sinsabores. Propiciaba el conocimiento de los precios de unos y otros.
Al fin, alcanzó cierta técnica y se vendió.
En Bandraputra habían inhibiciones para ejercer de manera plena la profesión de mercader. Las ambiciones de sus integrantes se reproducían compulsivamente. Se desataron las hostilidades y simpatías. Las emociones tenían un diapasón amplísimo y correspondían a todos los gustos.
La prensa se llenaba de impresiones y las distribuía. Acusaba y buscaba reacciones espontáneas. Se preocupó por el precio justo de Bandraputra y demandó ética probada. De alguna manera, ese saber provenía de la ancestral experiencia. Todos sus participantes, ellos y ellas, concurrían al mercado después de ritos purificadores.
La fe era lo único que quedaba en un medio de tan difícil reconocimiento de virtudes mutuas. Compradores y vendedores no dejaban en pie ni un solo sentimiento de sus contrapartes. Se afanaban porque las cosas se hicieran dentro de un clarísimo proceder que suponía no reeditar el pasado y recuperar la transparencia de las transacciones. Nada debía ser como ayer, solo como mañana.
De Bandraputra no queda sino el recuerdo de esa conducta que no fue propia ni exclusiva de aquel Estado. Dejó de existir paulatinamente. Sus compradores un día también lo olvidaron. Los sobrevivientes jamás se preguntaron cuál fue la sociedad que lo abandonó, ni si iba a ser vendido otra vez.
En su lugar, se elevó la memoria sola.
Cuando se vendió el establecimiento, todos fueron vendidos con él.
El Estado Taíti Bandraputra dejó de existir a comienzos del siglo XX.