Estado que pierde su moneda, pierde la política. Más aún, si lo hizo desde la desesperación de un decadente poder que la ofreció a cambio de su permanencia en los negocios de un país que renunció a su soberanía.
Ahora, no cabe duda, la política monetaria es también política militar.
La dolarización convierte paulatinamente al Estado ecuatoriano en Estado ficticio y es probable que para siempre.
La subrogante circulación del dólar en lugar del sucre afirma el control político y, con creces, el económico de Ecuador.
El éxito estadounidense en el uso de la decadencia de este poder nacional se confirma en el “destino norteño” del soldado ecuatoriano. A partir de 2002 el presupuesto militar de Ecuador tendrá magnitudes y propósitos vinculados a ese uso.
Los porcentajes de regalías petroleras ofrecidos a las Fuerzas Armadas serán destinados al “combate heroico” por la “protección de la soberanía” en la frontera norte.
A Estados Unidos no le costará nada el quehacer del ejército ecuatoriano ligado a sus designios.
Las instalaciones militares en Ecuador pueden convertirse en escenarios de guerra dirigidos por el cerebro militar de la región.
Un sentimiento de peligro recorre América del Sur.
Desde la política económica, la dolarización todavía no ha alcanzado sino la ficción. Circula de igual manera que en el desierto, sin generar ni una sola inversión extranjera, menos aún aumentar la producción, desarrollar la productividad del trabajo o incrementar los ingresos. Circula y algo cae en quienes pueden acumular excedentes.
Solo importa lograr el instante de estabilidad de los oasis imaginarios que de tiempo en tiempo se presentan a los sedientos trashumantes.
Ecuador deja de ser, mientras deambula hacia la nada. Su presupuesto de 2001 responde a la desilusión. Hoy, bajo otra égida, reproduce el mismo poder y pretende reducir los conflictos internos para disponerse a la guerra.
En el presupuesto 2001 no se ve el significado de la base de Manta, las consecuencias del Plan Colombia, el rearme de las Fuerzas Armadas, la catástrofe que nos amenaza. Nada de esto consta ni es parte de él.
El triunfo de la dolarización lo es también de la ceguera.
Es el principio de una derrota histórica, incluso, en el caso (inmediato) de que estas tierras se convirtiesen en lavandería de billetes-en-tránsito hacia otros lares, a donde llegarían limpios, tras dejar aquí sus manchas.
No obstante, el poder muere. Ya no de dolor, sino de gusto, como dirían los reflexólogos norteamericanos.
La circulación monetaria corresponde a la cerebral. La satisfacción del poder es inmensa. Va muriendo de risa.