Vacuidad del “pensamiento” de la élite

Reaparece el fantasma del darwinismo social. Los débiles y los tristes morirán antes, después seguirán los descerebrados por la “inundación de metales preciosos” que fundidos recorren piano-piano los últimos rincones del poder.

Enclaustrada en semejante catástrofe, la élite intelectual del establecimiento recicla los deshechos mentales de todos los palacios para seguir siendo de Estado. De sus miembros, algunos se consideran a sí mismos “Aristóteles modernos” y piensan que si Aristóteles justificó la esclavitud, por qué no han de hacerlo ellos, no obstante sean menos aristocráticos a causa del peso genético de los aborígenes.

A esta intelectualidad pertenecen ciertas celebridades de pocas (pero poderosas) empresas de la comunicación colectiva. Todo lo “analizan” al margen de la historia, carente de pasado y mañana. Lo eterno es el presente y su circunstancia. Sus nociones dominan a los abatidos y exhaustos. Con la vacuidad del ruido mediático ensordecen a la población, ocultan la esterilidad del poder, disimulan derrotas trascendentes en culpas imputables a muertos-anónimos-sin-vida, convierten la traición a la nación en heroísmo, aplauden cualquier renuncia a la soberanía como práctica modernizadora y echan “al mar las maquinitas de hacer sucres”.

En lugar de reforma política, fiscal, financiera, crediticia, laboral y normas de competitividad se opta por un reclinatorio frente al FMI que decide acerca de los problemas de un poder sin cerebro, aunque no resuelva ningún problema real.

La seguridad nacional e internacional del Estado ecuatoriano está en manos extranjeras. Su costo es la política militar manipulada desde un interés también ajeno. El petróleo y su política se truecan y abandonan por unos dólares mas. Se niega apoyo a los derechos de los ecuatorianos emigrados en España a cambio de no se sabe que intervención del gobierno español en su función judicial.

Las fuerzas de la nación han sido diezmadas, el pueblo conducido a la impotencia y la desorganización. Los voceros y defensores del statu quo solo ven salida en la victoria del mismo poder.

La historia está negada en los fósiles discursos de esa intelectualidad que se desespera por alcanzar la alegría del esclavo, porque éste asuma su condición como voluntad de dios, porque reclame consuelo a los de arriba y únicamente en ellos vea la esperanza.

Solo queda la sorpresa histórica.

Se reinicia la cruenta contabilidad: ¿qué hay mas, municiones o vidas? Y sucede que los hombres y las mujeres son menos.

Entonces, un sosiego premonitorio invade el territorio.

Las estatuas se resquebrajan. No pocos transeúntes murmuran que están resucitando, mientras otras, se pulverizan.

Los tiempos no son apacibles.

Cómo retroceder para recobrar la utopía de antaño y decir que son tiempos libertarios y no de agonía de la nación. Sobre todo cuando el ‘viento de enero que baja por el barranco’ trae el aroma del Apocalipsis.