Proteger el principio de No Intervención

La historia ofrece pocos momentos en los cuales la lógica y la razón conducen sus cambios. Ha evolucionado a través de la voluntad de sus actores, aunque no necesariamente desde sus arbitrios, a partir de intereses y posibilidades imperceptibles en cada comienzo, cuando se tensan las potencialidades, generalmente al margen del derecho.

La historia obedece a una regularidad que no es cartesiana ni necesariamente la de los conocimientos, incluso pretendiéndose científicos. Así lo demuestran pueblos y períodos, pequeños y grandes.

Al margen de la ley se forjan delincuentes y héroes. Bolívar se presentó al margen de la normatividad que entonces regía. El tiempo distingue los síntomas de los que fundan épocas y diferencia las causas de las conductas y sus consecuencias.

Pueblos afectados por situaciones generadoras de violencia reaccionan de manera semejante a la naturaleza que libera sus fuerzas. No siempre es la sangre, a veces, un niño de alcantarilla puede ser mas terrorífico que miles en armas. La mendicidad, el silencio, el éxodo, la pérdida de identidad agreden mas que el terror y la delincuencia.

De pronto, en la faz de la impotencia todo se junta fabricando la calma premonitoria de la gestación de otra condición humana, que sigue, que se reorganiza.

En algunas regiones de América Latina reaparecen muchas de estas certezas, al tiempo que quedan atrás convicciones relativas a la perennidad de procesos tales como nación y Estado. Concreciones hoy cuestionadas por la intrascendencia de las estructuras de poder y definitivamente por el curso del reordenamiento mundial.

Existen comunidades, tal el caso de Ecuador, donde el irrespeto a la voluntad del pueblo y sus nacionalidades conforma contradicciones que agravan todas sus circunstancias.

La manipulación de las masas, el arbitrario manejo del Estado, la decadencia de la élite y su moral, la pérdida del instinto de conservación de los círculos dominantes involucran al país y la región en los riesgos bélicos aparentemente mas absurdos, ligados a la lógica del bien: intervenir militarmente en Colombia para que no cunda el mal.

Se estrechó la experiencia que reclamaba el principio de No Intervención. Significados de derecho internacional que ya no requieren ser recordados en las cortes ni en la paulatina invasión que se despliega en esta región. Aparentemente perdió vigencia.

Los hacedores de destinos solo hablan de drogas y de perversos. Pero practican todo tipo de apropiación, en estos lares donde el cuerpo y el espíritu se modernizan vendiéndose. La intervención militar en la región no reconoce derecho ni obligación. Gesta una creciente violencia sin conciencia, escaramuzas útiles para ampliar el comercio de armas y renunciar tempranamente a la reflexión.

La unidad de América Latina y el continente renace y desfallece a cada instante.

Cualquier Estado latinoamericano debería poder alzar la voz y decir: convoco a proteger el principio de No Intervención, a respetar los escenarios autónomos, impulsar el libre comercio continental y el desarrollo, producir juntos, no hacernos la guerra, dar fin a la carrera armamentista, transformar los sistemas políticos, crear aunque solo sea un pedazo del horizonte común.

Entonces, tendríamos destino.

Ecuador ya no puede convocar y pronto podrían olvidarse de convocarlo. No lo guía la lógica ni la razón, propia o ajena. Lo arrastra una fuerza que lo niega.


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