La globalización generada por avances de la ciencia y la técnica cuestiona a la denominada “comunidad financiera internacional” integrada por FMI, BM, BID, CAF y otros. Estas instituciones siguen iguales a su pasado.
La burocracia de esa “comunidad” ha reducido la realidad a una nomenclatura de la cual son prisioneros tanto su propia práctica como sus técnicos. El discurso del FMI sobre el crecimiento, el equilibrio y el adelanto de la producción está siempre “a favor de los pobres”, pero sus funcionarios advierten que la desobediencia al Fondo se castiga con la pena de muerte para los sectores mas frágiles de la sociedad, algo semejante (aunque en menor grado) al efecto de sus cartas de intención.
Al tercer mundo solo le corresponde asumir que el Presupuesto de sus Estados es el presupuesto de los acreedores. Este ha de “honrar” la deuda externa, encubrir a la banca especulativa, mantener gastos militares y administrativos no productivos y simulacros de bienestar social.
El mundo desarrollado y el subdesarrollado necesitan emanciparse de la estrechez del lenguaje y visión del FMI.
Consecuencia de sus “ayudas” es el mantenimiento de caducos grupos de poder, la patológica reproducción de la burocracia internacional desde el mundo atrasado, la parálisis en el desarrollo, la ausencia de crecimiento real, el estancamiento tecnológico. Esa “comunidad” aporta factores corresponsables de la descomposición social, la contracción de toda percepción de la realidad a un recetario inútil, la ceguera ante los síntomas de tempestades sociales de todo orden y la impunidad ante los delitos de lesa humanidad que encubre en el manejo crediticio, monetario y financiero.
¿Quién califica a esa “comunidad”?
La califica la pobreza, la colusión con poderes subdesarrollados, la paupérrima perspectiva del mundo que impone a sus devotos.
La “comunidad” actúa fuera de toda normatividad que valore su conducta y las consecuencias económicas, sociales y políticas en los países a los que aterroriza.
Si sus técnicas son tan necesarias, valdría preguntarse por qué las desprecia el G-7, por qué solo existen para el mundo subdesarrollado.
Alguna institución de las Naciones Unidas, del tercer mundo o el propio G-7 deberán certificar a esa “comunidad” y evaluar el destino de la deuda que ha intermediado.
Si no lo hace la conciencia, lo hará la globalización. Aunque el costo sea la tragedia del progreso.