La ardiente paz internacional

La temperatura mundial se elevó notablemente en la última década.

Al fin de la guerra fría, comenzó a arder la “paz”, mas peligrosa que el témpano de las confrontaciones que precedieron la última década del XX. Siglo de dos guerras mundiales y numerosas locales y, sin embargo, con menos víctimas que las que podría ocasionar una sola guerra regional con las armas que hereda el siglo XXI.

Las disputas actuales están fuera de pronóstico. Los motores que las ponen en marcha son menos predecibles y artificiales que aquellos que armaron la frialdad de una “guerra” convertida en temor, palabra, humo y desaparición de uno de sus contendientes.

Los nuevos factores del enfrentamiento carecen de las contenciones de la guerra fría. Esta vez, un polo del planeta es capaz de destruir a todos los “microbios” que habitan la tierra, susceptibles de ser incinerados a causa de no se sabe qué desobediencia.

Visiones optimistas del “nuevo orden mundial” decrecen ante el pesimismo que engendran las amenazas bélicas que abortarían la globalización.

La guerra ha acompañado a la humanidad. Sus causas han sido atribuidas a los genes, la psiquis, las ideologías, la ética, los intereses gobernantes, las desproporciones políticas, el atraso, el progreso, la técnica, la economía.

A veces, como hoy, se aproximan esos detonantes y conminan en Medio Oriente, en el Cercano Oriente, en los desafíos de Estados Unidos a China, los Balcanes, el Plan Colombia, las armas destinadas a la mediana y baja intensidad bélica, los sistemas de defensa que exhiben brutal ofensiva, el desprecio a la protección del medio ambiente y, podría ser que se mantengan también en el continente europeo que experimenta el silencio o la simulación de la UE.

Durante la guerra fría resultó más fácil. La división entre buenos y malos ofrecía una ubicación conocida con precisión. Todo era predecible, si no descifrable. La desintegración atómica que amenazaba coexistía mas experimental que agresivamente, casi un concurso infantil por preexhibir quien podría aplastar todo lo que se mueve.

Hoy, las armas biológicas han comenzado a proteger al ser humano (especialmente norteamericano) de la heroína, la marihuana, el clorhidrato de cocaína. Opio postmoderno por el cual “bien valen años”, no un siglo, pero sí décadas de guerra, según los especialistas antinarcóticos.

Esta “fumigación” un día se extenderá al banano, el camarón, las flores, las papas. Entonces, si la estructura dirigente de Colombia, Ecuador y Perú es la misma, estará al borde de entender el significado de “regionalización del Plan Colombia”.

Esta práctica declara baldía la región donde se prepara una nueva Guerra Santa. La soberanía es solo una coartada. Su marcha resquebraja, como a hojas de coca, algunos Estados andinos. En Colombia, la guerra civil invade paulatinamente toda la nación. En Perú, las grietas del Estado dejan entrever el fuego dispuesto a salir de sus entrañas. En Ecuador, las almas de la élite están en venta para favorecer el conflicto. El drama adquiere la dimensión del páramo en llamas, y no obstante los ojos que lo miran se protegen en la contemplación de la nada.

La esperanza no es lo último, queda la sangre que circula presintiendo la salida de cauce. Las masas oprimidas no tienen ningún sentimiento sobre su ser. No son clases ni están oprimidas, son números, parias dispuestos a huir y a invadir el primer mundo para estallar poblacionalmente. La apatía histórica caracteriza los bajos fondos y al lumpen de arriba -extremadamente alienados por el dinero fácil-.

Síntoma de esta realidad ya no es el hambre, son los suicidas. Su número crece. Por ahora, solo se eliminan así mismos, a veces, con su familia entera. No preocupan a un gobierno ocupado en la trama de los negocios del “nuevo Ecuador”.

Una gota de sangre derramada desde el Plan Colombia no deja de ser internacional.

El conflicto “pacíficamente” desnuda las victorias gubernamentales. Las irreversibles concesiones realizadas por la degradación de los gobernantes propician la gravedad global que amenaza a los condenados de la tierra, a las “naciones malas” y las “naciones enemigas”.

Un circo planetario pospondría la economía virtual y la globalización.

La “cultura” aparece dispuesta a enfrentar el instinto de la especie.

¿Cuánta paz o cuánta guerra se requerirá para medir sus fuerzas?