Repliegue político de Europa

La transición económica que organiza la Unión Europea carece de representación política propia. A partir de 1991, ese espacio ha sido ocupado por la irrupción de la unipolaridad militar.

La globalización no ha gestado su propia política ni siquiera en los más amplios espacios de integración económica. Políticamente, el pasado aún encubre su quehacer. Y las armas son instrumentos de la política precedente.

La UE con sus quince integrantes se manifiesta paradigmática al ofrecernos el euro -moneda común-, Banco Central, parlamento, derechos, obligaciones y comprensiones comunes. Es referente tecnológico, fuente financiera fundamental y el más poderoso mercado integrado. De aquello, sus pueblos fueron consultados, y sin embargo hasta ahora no se ha producido una UE política. Aparece subordinada como muñeco en la falda del ventrílocuo. Yugoslavia se desplomó ante su catatónica mirada.

La desproporción política entre Estados Unidos, que protege la inercia precedente, y Europa, sumergida en su práctica económica, es descomunal. Europa se ha replegado y unicamente afloran algunos Estados “yes-men”* que se asumen como la vieja Europa.

El tránsito hacia la globalización debe ser pensado también políticamente desde intereses universales. La política que gobierna es todavía la de la guerra fría (solitaria) sin la temperatura de ayer.

Este inicio del siglo XXI conserva la rigidez de la política pretérita. La denominada guerra antiterrorista redujo derechos civiles y amplió prerrogativas para los Estados poderosos. Este enclaustramiento circunstancial será una fase brutal de represión, por el vacío político que condena a la globalización a mostrarse con el ropaje ensangrentado de batallas políticas que se suponía no le pertenecen.

Las naciones fueron productos espontáneos de la Historia como lo han sido sus economías y también sus estructuras de representación que se concretaron en la Revolución Industrial, la gran Revolución Francesa y todas las revoluciones burguesas que desarrollaron el Estado nacional.

En nombre de la globalización se desató cierta futurofilia que suponía la extinción violenta de Estados y economías desde ánimos arbitrarios.

Europa sigue repartida en Estados nacionales a pesar de que sus economías estén integradas. Por eso solo hay políticas nacionales y temores. No una política europea, lo que pone en evidencia la insignificancia política de la que adolece hoy toda Europa. La ciudad luz está oscurecida; solo la memoria nos devuelve su reflexión y vigorosa influencia de los últimos siglos.

La política de la guerra fría es la única dirigida por la instancia de las armas. La unipolaridad asocia alianzas militares según sus conveniencias. Casi se podría adivinar el fin de esa pretensión, el fiasco que las incomprensiones y la arbitrariedad han enfrentado ante la Historia.

Si la sumisión del subdesarrollo es inmensa, cuán deplorable es observar esa misma desproporción en la política entre la Unión Europea y Estados Unidos. Europa mira, pero no ve; habla, pero solo reproduce; vacía sus percepciones y las rellena con las de la fuerza a la que se subordina. No reflexiona sobre sus conquistas coloniales y agresiones bélicas. Cuán poca visión tiene sobre las tragedias que originaron sus intervenciones; cuán poca moral, para reconocer sus huellas en tragedias de África, América y Asia. Cuánta lenidad, para criticar los sucesos del Medio y Cercano Oriente. Cuánta discriminación cultural, racial y étnica aún conserva en su seno; cuánta pusilanimidad, para admitir su potencia.

Europa decreció en la historia. Es un montón de liliputienses políticos de pie en la cresta de su fortaleza mercantil. Se ve gigante en el espejo, aunque no deja de advertir que a su gran tamaño coopera la ola que la encumbra. Ha optado por el silencio.

El poder de Estados Unidos no se expresa desgraciadamente en el desarrollo que pueda impulsar en sus aliados. Si alguna vez lo hizo en Europa, fue como contribuyente con el Plan Marshall. Enfrentaba un enemigo al que lo pensaba duradero.

Esta vez, Estados Unidos tiene de enemigo sombras y su política consiste en demostrar que puede destruir cualquier pueblo en cualquier parte del planeta y eso lo sabe Europa.

El derecho internacional ha quedado atrás. Se gesta una nueva normatividad institucional. Por ahora, no sabemos si se proclamará que el cerebro de la globalización es el G-8 y sus pies, el G-200 del mundo atrasado.

Es probable que los nuevos sujetos de esta historia naciente demanden relaciones que también dejen atrás la vieja democracia. No hay otra palabra mas que democracia, aunque sea la misma que se usó para festejar la esclavitud, el feudalismo o el capitalismo decimonónico que de alguna manera también concluye con la globalización, a pesar de este técnicamente “insuperable” militarismo.

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* Subordinados que siempre están de acuerdo con el jefe.