Una cínica enseñanza se plasmó en la psiquis humana, la fuerza que se impone no necesita justificación, se supone potencialmente superior y no requiere argumentos. Esa dimensión, igual que un agujero negro, absorbe y disuelve todo lo próximo.
Lo lejano no cuenta, se empequeñece hasta desaparecer. Cuando las relaciones son de fuerza, cualquier existencia menor cede o atenta contra su posibilidad de continuar.
Hoy, la especie humana cambia de cualidad, le pesan millones de hombres excedentes, su pasado aún presente, los hechos que suprimen su experiencia y la brújula bélica que señala el círculo vicioso de derrotados y victoriosos.
El atentado del 11 de septiembre fue semilla de violencia sembrada en la tierra mas fértil, parecido al muro de Berlín por su naturaleza de hito, no fue causa ni efecto del destino humano, simplemente otro referente de silencios y desconocimientos que amenazan con el fin de la existencia de los débiles.
A pesar de la publicidad, nadie cree que el ántrax sea mas peligroso que el SIDA, menos aún en África donde éste poda premeditadamente a la especie. El ser humano deja de ser el centro y su tamaño ha de ser reducido. Los que van a morir lo hacen defendiéndose; los que triunfan destruyen a quienes no pueden amansar ni cultivar.
Estados, naciones, culturas, religiones, dioses y demonios se agotan o renuncian a ser los mismos y, aunque revestidos de perfiles y colores atractivos, ya nadie los adora.
Nada trascendente se resuelve en el corto plazo. Pueblos y administraciones frágiles saben que moral, política económica y técnicas suelen ser simuladas; no deciden sobre sus monedas, crédito, finanzas, tecnología, ciencia, información, conocimientos, producción. Manda el mercado y, en él, el perfume del mando mundial que hipnotiza y anestesia para perseverar.
La ciencia se vuelve inalcanzable y a la vez patrimonio oculto desde donde se domina la organización propia y la planetaria.
Sus relaciones de propiedad son cualitativamente distintas; se cree que son las mismas de ayer, pero escapan al derecho y a los débiles.
La capacidad de matar a distancia ha cambiado el mundo y se aúna a la capacidad de producir un ser humano sin memoria genética.
La especie busca una representación propia y no la encuentra en la superpotencia.
Europa calla, adhiere o combina ruidos inútiles. África muere, Asia se despedaza y América Latina es asilo del miedo. Aquí el suicidio se multiplica; los espectros citadinos abundan; el delito es fuente de bienestar para los de arriba y antesala de muerte para los de abajo, excedente hostil para el cálculo del porvenir.
La población predispuesta a anticipar el fin se multiplica para liquidar y vengarse, infecta y abre los ojos mas allá de sus órbitas.
En este final, el caos no es como en el principio; las cosas ahora son mas simples.
Los dioses que engrieron la imaginación han sido desplazados; los fieles se mantienen de rodillas, sin fe, en un templo cuyos altares están ocupados por nuevas fuerzas.
El cambio de época llega para reducir a una especie, la del homo misérrimo. Solo cuando concluya esa violencia se descubrirá que esta guerra también es decadente y que la destrucción de la población excedente involucra igualmente a quienes disponen de la vida y la muerte.