Ecuador, un Estado que no existe

El título es paráfrasis de la afirmación de Alain Touraine: La Argentina es un país que no existe. Afirmación que bien podría hacerse de la mayoría de Estados de América Latina, exceptuados Brasil, México, Cuba, Chile y los esfuerzos de Venezuela.

Esa inexistencia lo es de la posibilidad de dirigir la incorporación de estas economías casi nacionales al proceso de globalización, hoy infectado por una conducción militar que deteriora ese escenario y subordina la emergente economía mundial a la política militar unipolar.

Una simple mirada al Estado ecuatoriano permite advertir que éste se disuelve y narcotiza en papeles fiduciarios. Carece de estrategias en todos los ámbitos de la vida social. La penuria de nociones dirigentes es absoluta. Sus funcionarios son meros receptores de la comunidad financiera, que en formatos idénticos distribuye propuestas y palabras entre los países deudores, donde sus élites las hacen suyas y las ponen de moda.

El Estado ecuatoriano no posee objetivos que organicen sus prácticas inmediatas, mediatas o de largo plazo. Su economía deambula de una gestión especulativa a otra, el poder económico (léase la banca especulativa) se enriquece al margen de la producción (de igual manera lo hacen sus representantes) y parte de esas élites ubican esa riqueza fiduciaria en dos o tres países desarrollados donde sueñan pasar sus últimos años.

Ecuador no alcanzó a crear un sistema industrial ni una formación tecnológica. No previó su progreso a partir de la productividad del trabajo, tampoco hizo de la capacidad inventiva un valor. No miró jamás la agricultura ni advirtió siquiera que el denominado “soft power” determina sus nexos totales en el ámbito administrativo. No hay innovación en las tradicionales ideas dirigentes.

La sociedad se contagia. La élites se enorgullecen de seguir exportando materias primas, especialmente petróleo, cuyos recursos tienen un solo destino, ampliar el margen de endeudamiento y pagar la deuda. Éxitos que solo garantizan fortuna al triángulo de poder que conduce el Estado, banca especulativa, medios de su propiedad y aparato estatal.

La comunidad financiera internacional conoce la debilidad de este poder y aprovecha su estrechez para agigantar su influencia en decisiones estatales, en el uso del territorio y su población, sin que esto constituya factor de salida del subdesarrollo.

La producción no preocupa al poder, tampoco a su alto sector empresarial educado en la especulación. Desposeído de formación administrativa y tecnológica, sin moral ni ambiciones nacionales, protegido por el Estado hasta convertirse en su depredador.
Los administradores de este Estado se limitan a contrataciones de infraestructura que desaparece con las lluvias; a contratos de adquisiciones y ruegos limosneros por ventajas arancelarias para recursos de recolección, pesca o manufactura de reducido concurso tecnológico.

La destrucción del Estado fue y es también negocio de la élite, igual que las libertades de acceso a la “modernidad” que reinauguró su presencia con la entrega del control energético.

La trinidad no tiene una sola idea de política militar. Se siente protegida por armas atómicas. Lo mas grave, no está en el hecho de que se dote a la institución nacional de armas producidas en otros espacios, sino que la política que la conduce nace en el mismo lugar donde se producen las armas.

Esta trinidad está dispuesta a alquilar cualquier institución del país a lo que se denomina “Iniciativa Andina”, nombre y plan ajenos a la iniciativa de estos países.

La producción está fuera del interés de esta trinidad que se afana por dineros fáciles. Ya nada es posible sin endeudamiento y los recursos del petróleo serán para servirlo. Su exportación financia a la comunidad financiera internacional, caprichos de varias generaciones de la élite y relaciones de propiedad del triángulo financiero mediático, cuyo único producto cotidiano son prejuicios que encadenan a capas medias convertidas en correas de control ideológico de la sociedad.

Los procesos electorales están subordinados al control tradicional. Los elegidos serán designados por el mismo poder en un juego de falsas incertidumbres, ilusiones para masas que deben creer, aunque sea por un instante, que algo cambiará, mientras “sus votos” legitiman a los representantes del stablishment que la población repudia.

El país no se moderniza, se degrada. El poder no enfrenta crítica social. Casi todos los grandes medios de comunicación le pertenecen y están encerrados en las oposiciones que recrean a sus propietarios.

La experiencia inmediata impide al hombre común pensar en esa real dimensión del poder.

Millones de seres humanos han huido. Pretenden huir de este poder aun sin saberlo. Es la otra parte vencida de la población. Sienten la miseria material y olfatean la descomposición de la trinidad.

Mañana, cuando las armas apunten a donde señale un papel moneda convertido en flecha, también se reconocerá que el Estado ecuatoriano ya no existe.