Uribe, tempestad en los Andes

Las elecciones 2002 de Colombia muestran la decadencia de la organización social y el Estado colombianos. El triunfo de Álvaro Uribe Vélez hace visible la estrechez del régimen democrático y el carácter belicista de la todavía incipiente intervención militar extranjera.

El ausentismo del 55 por ciento, más el 20 por ciento de votos nulos, blancos y no marcados absorbieron el 75 por ciento del pronunciamiento electoral. Del resto, al candidato triunfante le corresponde 13 del 25 por ciento de votos “válidos” del padrón electoral. Esto es lo que la información convierte en 52 por ciento de votos por Álvaro Uribe y desconoce el significado de los demás pronunciamientos electorales.

El festejo de las Autodefensas constituye otro síntoma de desinstitucionalización de ese Estado cuyo ejército va pareciéndose a las autodefensas y las autodefensas podrían ir mutando en ejército colombiano.

Bajo semejante polo militar, es muy difícil que se pueda contrarrestar al otro, el guerrillero, que se ha gestado también en el proceso –que resulta común- de dramática descomposición social y política.

La presencia de Álvaro Uribe se enmarca en estos límites de representatividad, legitimidad y autoridad. Llama al incremento de las operaciones bélicas y la intervención directa extranjera.

El derrumbe del Estado colombiano podría arrastrar consigo a varios Estados en América Latina, excusa suficiente para modificar la administración de la región.

En Colombia la solución militar no prevé su desenlace. La iniciativa militar propuesta por Álvaro Uribe contempla una solución imposible: desármense, guerrilleros, y vengan a esta democracia. Es tan inviable como si los guerrilleros dijeran: desármese, Estado, suprímase el ejército y participen en la democracia nueva.

Todo conflicto se plantea desde su correlación de fuerzas. La normatividad jurídica se establece después, por el que triunfa. Y, en este caso, la correlación de fuerzas (Uribe llegó a afirmar que “las FARC son capaces de desestabilizar el continente …”) integra contendientes sin otra solución que la militar. La racionalidad no bélica está suprimida, pero es importante aportar racionalidad.

La Comunidad Andina de Naciones debe invitar a Estados Unidos a colaborar en el proceso de pacificación, a cambiar relaciones intracontinentales, reestructurar estos Estados y sus círculos de poder económico generalmente aliados de la comunidad financiera internacional.

Estos países van transformándose en territorios donde la sociedad participa en operaciones bélicas sin necesidad de que el Estado las resuelva ni controle.

La guerra civil es la mas monstruosa que conoce la experiencia humana y para Ecuador dejarse arrastrar a esa guerra, sería desastroso. Evitarlo implica involucrarse en el tratamiento del conflicto con objetivos de paz y entender que el cambio no solamente debe y puede darse entre los contendientes sino que han de cambiar los Estados, no solamente el colombiano, también los de la CAN y Latinoamérica. Estados frágiles, descompuestos, con círculos de poder degradados, sometidos a la corrupción financiera que utiliza la descomposición estatal para esa especie de carroñería financiera internacional con la cual usurpan recursos de estos países.

La postura del gobierno de Colombia y la debilidad del Estado ecuatoriano incorporan trágicamente a Ecuador en el conflicto bélico.

Colombia no resolverá la guerra civil como El Salvador, donde el Estado conservaba cierta institucionalidad. En Colombia, esa institucionalidad, está perdida. De manera semejante a lo que sucede en Ecuador. El Estado ecuatoriano, igual que la mayor parte de la población, no puede reaccionar. El Estado va ausentándose. Lo ha hecho ya del control económico, en especial del financiero, está apartándose de la conducción político-militar.

El presidente de la República de Ecuador debió haber formulado una política militar. Aquí no hay política militar desde el mando civil. La conducción de las Fuerzas Armadas tiene que estar ligada a objetivos estratégicos que comprendan la defensa de la soberanía nacional y los recursos fundamentales del Estado y la nación.

Ahora, la sociedad civil ha sido convocada al “diseño del nuevo rol de las Fuerzas Armadas”. El “libro blanco” es el flautista de Hamelin para llevar a la sociedad al antiterrorismo, al combate de las drogas y la anticorrupción, pero jamás a desentrañar el contenido y función de esas políticas, menos aún a pronunciarse por la modificación del régimen financiero internacional implicado en las estructuras de poder de estas naciones.

Las naciones latinoamericanas son mayoritariamente productos militares antes que culturales, nacieron de las guerras de liberación, de la Independencia y, por lo tanto, las Fuerzas Armadas jugaron un papel trascendente en la formación social. Por esto, debilitarlas fue y es una forma de destruir un Estado. Las Fuerzas Armadas de Ecuador han sido debilitadas y, en muchos casos, desconocidas para substraerlas de su papel en la defensa de la soberanía nacional.

La palabra patria, aquí desprestigiada, al extremo que casi es subversiva, se ha vuelto, sin embargo, mas respetable en Estados Unidos, China, Japón, Francia, España, Alemania que en ninguna parte.

La violencia por la cual Ecuador fue desposeído de sus recursos y desvinculado de su historia fue premisa de la presente inanición nacional, antecedente de la guerra en la cual ahora será fácil involucrarlo.

El pueblo ecuatoriano siente que su ejército no debe ser suplantado por otro que se disfrace del anterior. Es posible que esto suceda. Pero aún la conciencia y voluntad nacional podría recuperar y hacer su historia.

El Continente esta afectado por la guerra civil colombiana. El tratamiento de ese conflicto no puede dejárselo exclusivamente a quienes manejan las relaciones mundiales. La “solución”, bajo los actuales supuestos, no tendría otra salida que la guerra en expansión y por demasiado tiempo.