El siglo XIX concluyó con la convicción de que la guerra era la continuación de la política por otros medios. Así pensaron teóricos, grandes políticos y estudiosos de los conflictos bélicos.
La frase formulada por Clausewitz tiene antecedentes en Maquiavelo y estuvo presente en la visión y práctica militares del Papado.
A fines del XX se expandió una inversión. Foucault recordó que el sentido de la política está en la continuación de la guerra por otros medios.
Este aserto se repitió en tiempo de guerra fría. Historiadores y filósofos lo plantearon desde siempre. Platón dijo, alguna vez, que la historia es la historia de la guerra. Marx sintetizó una mayor experiencia y precisó que la fuerza motriz de la historia estaba en la lucha de clases. Todas las élites del poder lo presupusieron y, desde que existe el Estado, se rodearon siempre de escudos, mafias, soldados y armas.
La política de equilibrio fundamentó el armamentismo en nombre de la renovación técnica, la disuasión y el incremento de la capacidad destructiva. En la práctica, jamás se buscó el equilibrio en el desarme.
Los primeros días del siglo XXI muestran otras y ancestrales contradicciones que, mas allá de toda ilusión de paz o pretensión de atribuirle racionalidad a la historia, hacen el porvenir.
América Latina se encamina hacia una nueva conducción militar, a pesar de la “condición brasileña”. La brújula y la mano que la promueve corresponde exclusivamente a la unipolaridad militar del mundo.
Desde 1989, los círculos dirigentes de las Fuerzas Armadas norteamericanas han declarado su propósito de modificar la ideología de los ejércitos del continente, especialmente los latinoamericanos, donde sus cúpulas carecen de política militar. Se plantearon “humanizar” las ideas de la seguridad nacional que habían convertido a muchos ejércitos en verdugos de sus pueblos. Pensaron orientar mas recursos hacia el desarrollo económico para contar con aliados y socios mas confiables. De alguna manera, se seguía la enseñanza de Maquiavelo que, al recordar a los romanos de antaño, recogía la convicción: “A los pueblos sublevados se les debe beneficiar o extinguir (…) cualquier otro camino es muy peligroso”.
Esta vez se trataba de beneficiar a los pueblos. Una de las consecuencias de aquellas lúcidas visiones fue el cierre de la Escuela de las Américas. Nunca más -se dijo- las desmesuras y los despropósitos cometidos por las dictaduras de Chile, Argentina y Uruguay. No, otra vez, a las locuras militares en Bolivia y tampoco los crímenes constitucionales cometidos en Perú. Hechos que al ser descubiertos por declaraciones de sus ex-discípulos obligaron a la Escuela de las Américas a reconocer su limitación.
Las revelaciones de militares del Cono Sur y Centro América evidenciaron la necesidad de crear una nueva escuela. Por supuesto, quedarían latentes los elementos del pasado que podrían volver a ser necesarios.
Un conflicto nuevo y un antiguo interés de los productores de armas no dejan de asombrar.
Está en marcha “el equilibrio” de las armas, artículo de fe, “la fuente de la paz” en América Latina.
En el mundo, la fuente de la paz es el desequilibrio, la unipolaridad militar.
Silogismo y absurdo coexisten sin estorbar el pensamiento social. Exponen la regularidad de la historia y ofrecen el destino real, al margen y a pesar de la lógica con que las élites entretienen la reflexión de sus colectividades.
Los Estados latinoamericanos caminan al mercado de paz. Comienzan a reequilibrarse. Paso a paso, se amplia la demanda para la nueva oferta bélica. Grandes productores de armas, intermediarios y comisionistas están renovando la tecnología.
Se diría que esta política militar es idéntica a la política económica: los ajustes se hacen en nombre de los pobres; las armas, en nombre de la paz.
Una anécdota recuerda que Napoleón Bonaparte, después de la cruentísima batalla de Wagran, oyendo a uno de sus mariscales lamentarse del horrendo tributo de hombres franceses que había cobrado aquella acción, exclamó con frívolo desdén: “¡Bah! Eso lo arregla París en una noche.”
Los preparativos de esa noche invaden paulatinamente América Latina.