Prudente conciencia de la dominación

La reunión de presidentes de los Estados sudamericanos acordó el denominado Consenso de Guayaquil, el sábado 27 de julio de 2002.

Ese Consenso también está ligado a diversas aspiraciones y propósitos aunque de limitado sentido práctico.

Sin embargo, su apelación al potencial papel histórico de la unidad, ha ubicado en un nivel mas visible -a pesar de ambigüedades diplomáticas-, la posible unidad y la verdadera adversidad.

Siempre se señaló que la política exterior corresponde a intereses internos, en particular, de las estructuras de poder. Esta vez, otra comprensión complementa esa visión, la ubica y la actualiza: la situación mundial determina la política exterior de cada país.

No hay posibilidad de impermeabilizar ninguna sociedad. La política mundial se impone por sobre intereses nacionales, porque maravilla, alarma, amedrenta, coacciona o simplemente domina.

De esta experiencia, dan fe todas la naciones, pueblos, Estados y países.

Si solamente ésta fuese la observación que subyace en varios discursos presidenciales de la Reunión de Guayaquil todavía cabría pensar que quedó en silencio el fenómeno que recorre el mundo, la reciente dominación. “Imperio” (título del libro de Hardt y Negri) en estado fetal y armado de múltiples vertientes técnicas, militares, culturales, étnicas y continentales que realiza la mayor producción económica y produce la subjetividad global en la periferia y en sus propias entrañas. Subjetividad arbitraria y obediente, premeditada e inconsciente, estratégica y táctica como si fuese el destino que el inexplorado y reciente dominio mundial requiere.

La reflexión del presidente de Ecuador, a veces polivalente, supera en mucho la política exterior de la cual se hace responsable. Sintetizó su discurso con expresiones de aparente simplicidad y sencillez diciendo que un dedo señala, pero que todos juntos podrían convertirse en puño capaz de dar el golpe necesario en estas circunstancias. Metáfora que invocaba la causa de la unidad sudamericana. Preveía la confrontación inevitable o revelaba las imposiciones sufridas e inconfesables.

Esa postura de identificación y asentimiento de lo que el espíritu sudamericano debía alcanzar, elevó notablemente la significación del presidente Gustavo Noboa, y ostensiblemente por sobre la política exterior de su gobierno.

Fernando Henrique Cardoso, presidente de Brasil, distinguió el discurso del Presidente ecuatoriano por su posición y visión indispensable para Sudamérica. Afirmó que no tenía nada que añadir, excepto el acento brasileño. Ubicó la adversidad de la función de las potencias que se habían arrogado la conducción de la globalización, señaló sus amenazas, las increpó por haber formado un “directorio mundial llamado G-7 y recién G-8” y recordó la desconfianza que despiertan en el mundo. Acusó sin ambages: “A menudo siento la sensación que ese directorio se junta para convalidar lo que un solo poder decide, eso no es democracia, ese no es un mundo para el cual nosotros nos preparamos durante tantas décadas, ese es un mundo de unilateralismo”. Y destacó de las palabras del Presidente ecuatoriano el lenguaje del multilateralismo, de la formación de bloques regionales abiertos.

Cardoso advirtió que no bastaban las reuniones presidenciales ni la conducción de sus líderes ni las fuerzas estatales. Convocó a los pueblos, previó en esta unidad el futuro, el torrente que pudiese modificar la circunstancia global de hoy.

Ese acento brasileño fue esencial. Lo completó el acento bolivariano del presidente Hugo Chávez que continuó la descripción de los intereses que pueden y deben unificar Sudamérica y a sus pueblos. Remarcaba la historia, nuestra historia, esa consagrada en el encuentro de Bolívar y San Martín.

La Cumbre Presidencial redescubrió el peso de lo político. Produjo una chispa en medio de las tinieblas y se protegió en las prácticas inmediatas: integración física, reforma al sistema financiero, requisitos para la existencia del libre mercado.

La mayoría de las intervenciones estuvieron acicateadas por cierto ánimo democrático contrapuesto a la situación mundial.

Las palabras de Gustavo Noboa, Fernando Henrique Cardoso y Hugo Chávez se juntaron. No se habían pronunciado así en las anteriores reuniones bilaterales, subregionales o sudamericanas. A pesar del statu quo cortesano, estas palabras bajaron a la entraña de la pasión colectiva por desarrollo, libertad, paz y justicia.

El sendero retórico de la política exterior de los Estados sudamericanos reflejaba igualmente la fatalidad de las utopías presidenciales. Antes de unirse Sudamérica conocerá la beligerancia secesionista que los intereses militares de la globalización imponen a la región.

No obstante, ese puño sudamericano, guiado por el espíritu de nuestra común historia, conforma la cuna donde crece el sujeto del mañana.


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