Los hechos sociales y la comprensión de ellos se presentan y formulan envueltos en apariencias.
La guerra, la riqueza y la sobredeterminación del espíritu son pasiones encubiertas en la gestación de conflictos sociales.
Si se desnuda el conflicto colombiano, queda la lucha por el poder, siempre la misma y distinta en la Historia.
Alvaro Uribe enfrenta el conflicto en ese nivel, de manera directamente bélica.
Con Uribe, la administración norteamericana minimiza la cuestión de la droga (tema para gobiernos necesitados de apariencias), regionaliza la beligerancia, inicia la eliminación de la ‘contraparte’ alternativa (o amenaza) al poder colombiano y al reordenamiento continental que la unipolaridad global requiere. Esencia del Plan Colombia. Plan que nunca se debatió en los Andes y cuyas versiones fueron distintas para Estados Unidos, Europa y América Latina.
La atracción del gobierno norteamericano por la política uribista asume la forma de mutua identificación, lo cual otorga al Presidente colombiano el reconocimiento de ‘bush-andino’.
George W. Bush rastrea súbditos tras los disfraces que distribuye su política, mientras unge a Uribe por no requerir de velos al llamar a la guerra para salvar el poder colombiano en fase terminal. De ahí que la política norteamericana frente a Colombia exhibe la certeza de su obligación militar, financiera, técnica y de encauzamiento de ejércitos latinoamericanos al campo de batalla “contra el terrorismo y las drogas” -por ahora-.
En Ecuador, se enmascaró administrativamente la realidad con la creación de circunstanciales instituciones “de desarrollo” de frontera y abundantes fumigaciones. Ideológicamente, con la “lucha antidrogas” y escaramuzas verbales. Podrían llegar a usarse otros anestésicos para asimilar la destrucción del país y de una porción de nuestra historia. Pronto se suprimirán en la práctica los derechos humanos y la juridicidad. Quedará únicamente el arbitrio de la fuerza, hasta restablecer el antiguo poder o lo que la resultante bélica conserve o cree. Así son las guerras civiles, las mas crueles de todas.
El discurso de Uribe persuade a sus vecinos reclamando solidaridad contra la “guerrilla terrorista” involucrada en “el delito de lesa humanidad del narcotráfico” de lo cual en Colombia, Estados Unidos, Europa descreen. Pero la eficacia propagandística advierte que la participación militar se impondrá, está en la formación del pasado inmediato de estos ejércitos.
El equipo asesor del presidente Uribe tiene una comprensión sujeta a la naturaleza social del poder. Concepción no moralizante que opera, incluso, al margen de la moral imperante en otros países latinoamericanos. Estados que no alcanzan a entender la causalidad y significados de la base de Manta, la conservación de la “guerra fría”, la desestabilización del gobierno de Chávez, los requerimientos -encubiertos o no- del FMI, los manejos del peso argentino hacia su agonía, las tratativas electorales en Brasil, el paulatino derrumbe del presidente Toledo en Perú, las prótesis del derruido aparato estatal en Uruguay, la caja de sorpresas que constituye el resto de países latinoamericanos hundidos en la misérrima existencia del silencio regional.
En este escenario, Álvaro Uribe ha planteado domeñar bélicamente a la guerrilla, negociar desde la victoria y ofrecer garantías individuales de incorporación a la institucionalidad colombiana. Pero ofrecer la guerra y luego garantías a los vencidos anula toda posibilidad de tratamiento de paz.
El Estado colombiano está afectado por cierta degradación que caracteriza a otros Estados de América Latina. Su democracia compartida por tantos años entre dos partidos por acuerdos privados y usado para beneficiarios ajenos a los intereses de esa nación, descompuso y suprimió la confianza social respecto del destino de ese aparato administrativo.
En este punto, Uribe alcanza el cenit de su liderazgo reconocido por la Casa Blanca, los medios de comunicación y un amplio sector de su sociedad. Sin embargo, en ese instante exhibe su límite. En Colombia no es posible que el Estado -la trinchera oficial- ofrezca garantía alguna a la población en combate ni a aquella que está fuera de la confrontación armada.
Vencer a la guerrilla impondría organizar otro Estado, uno expresión del conjunto de todos los intereses colombianos. Si la “garantía” es la derrota militar del otro, su renunciamiento a seguir siendo, entonces el teatro de operaciones se expandirá.
Solo la renovación dispuesta a salir de la obsolescencia del Estado y del envejecimiento de la guerrilla salvaría a la región del mayor desangre continental.