Arnold J. Toynbee preguntó: “¿Han de considerarse los Estados universales sencillamente como las fases finales de las civilizaciones o como prólogo de otros Estados?”. El historiador pensaba en las ‘iglesias universales’ y las ‘hordas bárbaras’. Se añaden los imperios en su universalidad, que hasta este presente ninguno tuvo dimensión planetaria.
La historia (por sus apariencias a priori testifica) gira en espiral como si se repitiese. Marx citó la afirmación de Hegel para añadir que sí, la primera vez como tragedia, la segunda como comedia. Desde su texto, El 18 Brumario, hasta comienzos de este siglo, la historia ha añadido otra posibilidad: la tragedia repetida como tragedia hasta alcanzar el escenario global cuyo auditorio enmudece frente al espectáculo de la derrota.
La historia universal juntó en un curioso índice el imperio romano, donde se gestaron trascendentes avances de la especie, orígenes de lo que sucedería mas tarde. La frase “el mundo del imperio” se invirtió por el ‘imperio en el mundo’.
Su historia podría guiar hipótesis del presente, ascenso de Roma a gran potencia, afirmación de la timocracia, comienzos del derecho, primera guerra púnica, segunda guerra púnica, romanización del mundo, guerra lusitana, guerra numantina, transformación económica, la esclavitud, el comercio, la estructuración social, la nobleza, el orden, el pueblo.
Acudió la cultura a mostrar y consolidar el poder y avances. La filosofía estoica, la religión política, la democracia, los tribunos de la plebe, las asambleas del pueblo.
A la par creció la época de las guerras civiles, la formación de auges, decadencias y crisis. El tránsito lucrativo del politeísmo, renovación de herejías, soluciones en el absolutismo. Vaivén entre heroísmo y miedo imperial, entre la gloria y el genocidio, entre el crimen justo y el inevitable. Y la clasificación romana del mundo, civilizados con mañana y bárbaros.
Los barbari mas tarde conquistarían el imperio, pero se cumplió la predicción del verso de Catón, “la Grecia conquistada conquistó al bárbaro conquistador”. Dos mil años mas tarde, Montanelli escribe, “para hacerlo usó varias armas: la religión y el teatro para la plebe, y la filosofía y las artes para las clases superiores, que todavía no eran cultas, pero que desgraciadamente, se tornarían tales”.
Ese pasado fantasmal vuelve a los rincones vencidos del espíritu. Desde 11-S, su metamorfosis reaparece sin las virtudes pretéritas y mas aún, sin las de hoy.
Ignacio Ramonet pregunta «¿Estamos en el mundo del poder sin límites?». Y sigue, «Tito Livio cuenta esta historia. Vencida, Roma decidió negociar con los galos que la asediaban. El Senado encargó a sus generales pactar con los bárbaros. El acuerdo concluyó: Roma entregaría 1.000 libras de oro. ‘A este hecho humillante’, escribe Tito Livio, ‘se añadió otro gesto escandaloso. Las pesas usadas por los vencedores eran falsas. Como los romanos se quejaban, Breno, el jefe galo, tuvo la insolencia de echar su espada encima de las pesas y pronunció estas palabras: ¡Vae victis!, ¡desgracia sin límites para los vencidos!’».
No bastaron los bárbaros para terminar con el imperio ni la represión de este contra los pueblos vencidos ni la organización de la esclavitud sembrando y multiplicando resistencias.
Todo junto fue el camino con el cual el imperio encendió la rebelión en el mundo. Rebelión que contagió hasta el subsuelo de Roma para liquidar la organización social que alcanzó el crepúsculo espectacular de la historia.