Identidad y divergencias de los contrarios

El resultado electoral del 20 de octubre de 2002 estremeció al anciano régimen. Se cuestionó otra vez al poder gestado en los disparos que se hicieron contra Carondelet desde una funeraria. En septiembre de 1975, se inició el derrocamiento del presidente Rodríguez Lara quien, debilitado, dio paso al triunvirato, integrado por el vicealmirante Alfredo Poveda, general Guillermo Durán y el brigadier general Luis Leoro Franco. Este triunvirato restauró la constitucionalidad y llamó a elecciones en las que perdió el candidato de la banca, Sixto Durán Ballén. En el año 1979, asumió la presidencia de la República Jaime Roldós Aguilera, a quien un «accidente» lo sepultó con muchos de sus significados.

Estalló la fiesta especulativa de un sector de la banca y sus expresiones mediáticas que engendraron, junto con la comunidad financiera internacional, la alianza de poder que ha usufructuado desde entonces hasta hoy del Estado, al extremo de impedir el desarrollo de las fuerzas productivas y demás potencialidades de esta nación.

La infamia financiera, crediticia y monetaria fue factor de la impotencia productiva y su obra, la deuda externa. Puso en escena la subordinación nacional y la promoción de una política destructiva de los recursos del país.

En 1996, el triunfo de Abdalá Bucaram estremeció a ese poder y su semejante mediático. La disputa silenciosa del gobierno con la comunidad financiera fue antesala del golpe de Estado en febrero de 1997. Se camufló en los errores de Bucaram para echarlo por sus aciertos y por instantes encumbró la apariencia de envejecidos liderazgos gremiales para simular un «pronunciamiento popular».

Las elecciones de 1998 concluyeron con un fraude contra Álvaro Noboa. Se proclamó Presidente a Jamil Mahuad, representante del aparato especulativo y sus voces. Este destruyó la soberanía del Estado y comprometió su patrimonio.

Reacción contra esa atrocidad antinacional fue la protesta del 21 de enero de 2000. Surgieron símbolos. Uno de ellos, el coronel Lucio Gutiérrez, quien fuera edecán del presidente Bucaram (también del interino Alarcón), encarnó la protesta que planteaba cambiar la estructura de las funciones del Estado y sus políticas, según lo anunció Antonio Vargas, presidente de la CONAIE para esa fecha.

A la par, la comunidad financiera (que no había transferido al gobierno de entonces ni un dólar y cuya sola mención era retribuida con el cuerpo y el alma del Estado ecuatoriano) requería la salida de Jamil Mahuad, presidente desechable y desgastado. La protesta se constituyó en escenario del golpe de Estado del día siguiente, 22 de enero. Fue simulacro de reinstitucionalización que conservó la desinstitucionalización fomentada en las manifestaciones azuzadas por la banca y sus medios para el golpe de febrero del 97.

Hoy, el pronunciamiento electoral reedita y acrecienta la protesta y sus sombras. El electorado señala dos opciones, al coronel Lucio Gutiérrez Borbúa, un representante del 21 de enero de 2000, y a Álvaro Noboa Pontón, a quien «la trinca» le escamoteó el triunfo electoral con el fraude del 98.

Álvaro Noboa aparece rodeado por un círculo de opiniones contrapuestas que auspician y obstruyen su marcha política. Gestor y heredero de una gran fortuna, no perteneciente al poder, tampoco es representante de la tríada (comunidad financiera, banca especulativa, medios) fraguada hace mas de 25 años. Esta trinidad usa premeditadamente el vínculo familiar de Álvaro Noboa para instigar al stablishment contra el «oligarca que quiere comprar la presidencia». ‘Certeza’ que curiosamente comparte y publicita el New York Times.

Álvaro Noboa es concientemente ajeno al aparato subordinado al FMI, ha afirmado estar dispuesto, si no es posible un acuerdo, a actuar al margen de él. Ha declarado su disposición a no privatizar, a concesionar la administración de empresas estatales, a congelar las tarifas de los servicios públicos y los precios de los combustibles, a reducir el impuesto a la renta para incentivar al inversionista, a conservar el Seguro Social y modernizarlo para que compita con el sector privado. Por su condición de sujeto de relaciones sociales ligadas a la producción, el comercio y los servicios cambiaría la orientación y políticas gubernamentales.

Lucio Gutiérrez y Álvaro Noboa enfrentan y enfrentarían desde la conducción del Estado al stablishment con limitadas posibilidades de mantenerse, pues el entorno de cada candidato sufre de cierta entropía política. No advierten que del pasado no es posible despedirse sin destruirlo primero en el entendimiento y por ahora lo conservan en la verbalización de sus diferencias.

Frente al anciano régimen, los candidatos que pasan a la segunda vuelta son idénticos, se oponen a él, oposición que por sí misma los asemeja. Ambos son refugios y depositarios del voto que elige, único recurso del electorado. Se podrían sumar en la oposición al viejo régimen los que escogieron a Jacobo Bucaram, la mayoría de los de León Roldós, un gran sector que se pronunció por Rodrigo Borja, los de Antonio Vargas y la condición de los demás.

Las impugnaciones mutuas entre Noboa y Gutiérrez omiten su identidad. La quebrantan en la reflexión. Una equívoca imputación es considerar a Gutiérrez algo que no es ni simboliza. El coronel no es comunista ni chavista ni el nuevo Lula. Es la reminiscencia de la naturaleza de una protesta que no culminó el 21 de enero de 2000.

Mientras no se destruya el viejo poder, sus opuestos permanecerán divididos. Y esa división sería fecunda si para oponerse al viejo régimen bastase con las fuerzas de la nación. Pero yendo mas allá, para negar el curso del poder apoyado por la comunidad financiera son imprescindibles las convergencias y los significados sociales recuperados en las urnas.

En el poder que conduce al Estado ecuatoriano se integra una parte de las quebrantadas fuerzas que comandan el nuevo orden internacional, una parte opuesta al belicismo que reconoce la necesidad de la salida del subdesarrollo podría aliarse a esta oposición histórica. Sería una coincidencia aún desconocida en la reflexión de los candidatos.

La energía de los candidatos opuestos al viejo régimen no es todavía una cualidad, no es suficiente ni su magnitud ni sus comprensiones para negar la magnitud de la «bastilla» que se pretende tomar.

El poder intentará que los calificativos actúen con la intermitencia necesaria para disminuir los significados de este primer resultado, hasta volver indiferentes a sus integrantes y la intención del voto.

La historia mostrará la divergencia real, a pesar de las palabras con que se pretende desconocer este momento.

Si se lograse elevar la identidad de las partes, se reduciría el tiempo de gestación del mañana. Pero si se quebranta esa identidad en tantas partes cuantas quepan, dentro de cada una de ellas, solo se pospondrá la gestación de esta necesidad que simboliza una certeza: la nación solo puede vivir con el desarrollo de sus fuerzas productivas, de su creación y espíritu.

Las preocupaciones por los papeles fiduciarios que convierten a Wall Street en elector o pretenden aplacar las conciencias porque los papeles de la deuda sufren caídas no merecen mas audición que la de la riqueza ficticia. La creación de ciencia y tecnología, la fortaleza del espíritu tiene algo mas que un precio, una tarea que está en la Historia, al margen del griterío bursátil.

Es solo el comienzo. Otro comienzo, a pesar de la fragilidad de los símbolos individuales.