La adaptación bélica de organismos vivos para guerras previsibles creó y desarrolló armas biológicas, formas de bio-destrucción. Hito en la historia de la guerra que redescubre, independientemente de escudos y tecnologías, la vulnerabilidad humana.
Los gérmenes anti-enemigo son al presente lo que en el tránsito de la barbarie al salvajismo fue el arco y la flecha. Cambian militarmente la organización, la previsión, las concepciones de defensa, ofensiva, destrucción masiva y conservación de la especie.
El descubrimiento del mapa genético del ser humano abrió una puerta fundamental. El trabajo ya no será la única condición que modifique su ser social, también la cualidad biológica se transformará desde la manipulación de sus factores genéticos. Es probable que incluso el carácter determinante de las relaciones de propiedad en la actual organización social de paso a otro distinto, producto de la bio-manipulación de su existencia.
“Bio” se proyecta forma prefijada para conocimientos en expansión. Bien podría hablarse de la bio-economía, bio-demografía, bio-guerra, bio-técnica, bio-ciencia, bio-política, bio-historia.
Entre los integrantes del G-8 se encuentran los inventores, difusores, propagadores de armas biológicas. En el resto del mundo, un puñado de acusados de intentar hacer lo mismo y cinco mil millones de “bacterias-antropomorfas” que esperaban de la emergente economía mundial la aproximación entre desarrollo y subdesarrollo, una producción redistributiva que mejoraría la calidad y las condiciones de vida.
El proceso encontró un cerebro, el G-8, comandado por la superpotencia que orientará la globalización, no aquella que prefiguró la utopía, sino la que tiene que transitar esta fase de inducidos temores (para reducir el entendimiento) al carbunco (ántrax), la magia de Ben Laden, las armas químicas, nucleares y biológicas en manos de los “buenos” y civilizados líderes.
El 25 de julio de 2001, BBC transmitió que “Estados Unidos dijo ‘no’ a las negociaciones sobre el protocolo de verificación de armas biológicas en Ginebra”. Se trataba de la Convención de Armas Tóxicas y Biológicas suscrita por 140 Estados en 1972. Los que apoyaban el protocolo se tomaron la cabeza, calificaron la decisión estadounidense de “desastre” e “hicieron un llamado para proseguir las negociaciones incluso sin Estados Unidos”.
Ha comenzado el fin de la guerra tradicional y también de los saberes de la política económica redescubierta en su volubilidad, según los intereses y circunstancias de las grandes economías, donde sus necesidades determinan la práctica.
Reaparece la economía como proceso universal, supranacional, a pesar de la conducción-militar-nacional (G-8) de la globalización. La ciencia tendrá que redescubrir su regularidad para esta transición no prevista y aún no conocida, pues apenas comienza. Sus quebrantamientos nos permiten advertir que se trata de otra forma de expansión y jerarquía mundial.
Es la cáscara del huevo de la serpiente que de tiempo en tiempo echa al ser humano del paraíso de sus utopías al reino de la historia.
La bio-manipulación para la guerra, la economía, el pensamiento y la organización social impondrá otra condición moral, la bioética que por ahora es el ingreso a otra noche de la evolución.
La “unanimidad” en la lucha contra el terrorismo pertenece a esa conformidad –real o simulada- que permite afirmar que “cuando todos piensan igual, nadie piensa mucho”.
El temor que se inocula y crece desde los mayores medios de adoctrinamiento de masas es distracción e incomprensión del momento que transita nuestra especie.
En fin, “no se puede llegar al alba sino por el sendero de la noche” (Jalil Gibran) y quizás quepa añadir el optimismo, “nunca se va tan lejos como cuando no se sabe a dónde se va”.