Invasión supermoderna a Irak

La invasión a Irak exhibirá técnica de última generación, productividad en la mayor catástrofe humanitaria, manejo de recursos e inmediata administración norteamericana del petróleo en beneficio, dicen, del pueblo iraquí. Concluida la arrolladora debelación se desatará la caótica inestabilidad de la región.

En pocos días, los integrantes del eje del bien destruirán la base material y espiritual creada en siglos, quebrantarán la voluntad de muchos pueblos. Conquista rápida y exitosa. Los “daños colaterales” serán pequeños frente a las ventajas: el control del 40% más del petróleo del Golfo Pérsico.

La administración de los recursos conquistados por parte de Estados Unidos “para la reconstrucción de la infraestructura petrolera que resulte dañada, en beneficio del pueblo iraquí y la comunidad internacional” habrá sepultado otra vez la ficción del libre mercado. En su lugar, se organizará el intercambio y la distribución avanzada desde el eje y su comunidad financiera. La ONU prestaría su nombre para esas y otras actividades.

La región será ocupada militarmente para “preservar la integridad de Iraq como Estado” y evitar “interferencias externas”. Se eliminarán “partes del gobierno actual” y “se destruirán las estructuras del Partido Árabe Socialista Baaz”, según declaraciones de la Asesora de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, sobre el plan propuesto a George W. Bush.

Al destruir Irak, el petróleo del Golfo estará a disposición de la civilización occidental, denominada “comunidad internacional” guiada por la financiera, en la “dirección correcta” que señala la brújula del eje del bien.

Esta forma de adquirir petróleo puede resultar muy complicada. La mezcla de petróleo con sangre produce una sustancia explosiva.

Si en Afganistán los daños colaterales y los no-colaterales, sin contar los subsiguientes al derrocamiento del talibán, alcanzaron a mas de un millón de personas; en Iraq, rincón del paraíso de la nación árabe donde el Tigris y Eufrates abrevaron inicios del Islam, la destrucción del mal adelantará la muerte de varios millones de sospechosos. Anticipación de lo que el tiempo realiza. En este caso, reciclará la vida inútil de algunos millones de árabes sin derecho a trascender, en la energía útil que requiere la “comunidad internacional”, integrada por un país y sus seguidores con fuerza suficiente para degradar la información.

Las razones son profundas. Según Hans Blix, jefe de los inspectores de armas, Irak aportó únicamente apoyo formal. El contenido, armas de destrucción masiva, se busca y no se encuentra. Seguramente alude a entregas hechas a Saddam Husseim por alguna potencia para cumplir perversidades contra el enemigo común de antaño. Husseim afirma no poseerlas y, lo peor, ha aprendido que la única defensa posible es la muerte, ya no la del adversario, sino la propia, la suya y la de su pueblo.

Irak, con 23 millones de habitantes, cercados en 437.072 km² por el atraso de ayer en el presente, cultiva una amenaza, según Colin Powell, cargada de ántrax y BX (¿?), letras de algún artículo bélico de primera necesidad y de uso exclusivo de la primera potencia mundial.

La soledad de la superpotencia es el desequilibrio. No ser dos, lo que la hace rodar en victorias hacia el abismo.

La invasión a Irak desgarra el aliento del mundo árabe, siembra incontrarrestables animosidades en sus desiertos, tierras bajas, bordes de ríos, mares y nevados, en el corazón de sus camellos, en el espíritu beduino que deambula y saluda diciendo ‘la paz sea contigo’ y responde, ‘y contigo también, hermano’.

De esa victoria nadie podrá ufanarse. Se ocultará transitoriamente. Pero será imposible camuflarla en el seno de la nación norteamericana, en el Golfo Pérsico, en el Cercano y Medio Oriente, en el norte de África, en Europa cargada de guerras, revoluciones y experiencias, repleta del auge y la decadencia de la razón, impotente contra el caos y el orden que componen e imponen tácticas y estrategias políticas, económicas y militares de la unipolaridad bélica.

La invasión a Irak silencia a Estados subdesarrollados que se ausentan para dar paso al establecimiento del super Estado, supuestamente democrático, imitador del parecer dominante que naciera en Grecia Antigua.

Con la destrucción de Irak habrá triunfado la administración Bush y su Tony Blair. Se reiniciará, a sobresaliente ritmo, la caída de la civilización occidental que estimula la reciprocidad de bombas atómicas entre India y Pakistán para alcanzar alguna reestructuración planetaria.

Trascendente es, además, que la República Popular China, Coreas -Norte y Sur-, y Japón sospechen que la conquista de Iraq y su petróleo está destinada a tomar posesión de uno de sus proveedores estratégicamente previsibles. Algo semejante presiente Europa y reacciona en contra de esta piratería global.

Miles de millones de seres humanos advierten que esta prepotencia de la militarización global es signo de decadencia de la superpotencia, que con dos o tres victorias mas de dimensiones semejantes podría desplomarse al ritmo con que caen los imperios que hacen del gasto militar la fuente de su riqueza y recurren a la violencia para reactivar o imaginar victorias económicas.