¡Aúpa, Roma!

Roma fue ciudad e imperio sin errores. Los imperios no yerran. Sus designios encumbran enigmas.

En el transcurso, con el peso de sus victorias, Roma se desmoronó. Se derrotó a sí misma.

Sometió a más de un cuarto de la población mundial bajo su protección. Desató guerras y sembró laureles en los territorios conquistados.

El legado de Roma es inmenso, imaginación jurídica, estética, politeísmo. Algo se plasmó en letras, mármol, colores, patrones de las bellas artes y de la lógica piramidal de la dominación. Habría seguido compitiendo con Grecia si no se hubiese superpuesto la prepotencia de imperio.

Pueblo, donde Roma se imponía, era subyugado y corrompido. Solo había algo peor, resistir. Oponerse a Roma era ingresar al infierno.

Los adversarios indómitos eran crucificados, sin sepultura, se descomponían a la intemperie o eran echados al mar. Pocos ascendieron a la nada de la corte imperial.

Tardíamente, el monoteísmo cristiano derrumbó el Olimpo, para adherir al placer pagano y a deidades plurales con cuyo ropaje reviste a Occidente y a sí mismo.

Centuriones y soldados enfrentaron el rostro enemigo de hordas bárbaras que en muchos casos fueron romanizadas. El odio se hizo información, saber y dulce halago fuera y dentro del imperio.

En su apogeo, el esplendor de Roma irradió desde un templo, el Coliseo. Convirtió en circo los escenarios donde el emperador asistía. El mundo entero asumió la condición de plebe para festejar la democracia romana. A partir de entonces, el Coliseo ha crecido hasta alcanzar la dimensión del planeta, pero ya no es visible.

Roma imitó a la naturaleza en la destrucción de los débiles, jamás la ocultó. Fue el cenit democrático de la antigüedad. Se alimentaba de pueblos que disfrutaban de los combates que ofrecía el imperio. Llenaban los graderíos; el bullicio o el silencio lo ejercía la plebe. Vivir era gritar en el Coliseo, encenderse con la sangre, disponer o saborear la muerte.

Indro Montanelli resume su Storia di Roma diciendo: “jamás ciudad del mundo tuvo una aventura mas maravillosa. Su historia es tan grande que hace parecer pequeñísimos hasta los gigantescos delitos que la siembran. Tal vez, una de las desdichas de Italia sea ésta precisamente, tener por capital una ciudad desproporcionada, por su nombre y por su pasado, con la modestia de un pueblo que cuando grita: «¡Aúpa, Roma!», alude tan solo a un equipo de fútbol”.

Quince siglos después de la desaparición del imperio, se levantó un monumento al pulgar del emperador que señala al cielo, signo del indulto petrificado que la historia viva niega.

El secreto de la victoria de los césares fue lograr “que los pueblos sepan que están vencidos”.


Publicado

en

,