ALCA: juego de proteccionismo y libre cambio

La prédica seudo moral para observar a un sacerdote, acusado de cometer graves ilícitos aduaneros, satura líneas de la comunicación colectiva y embota el entendimiento de los representantes estatales y del amplio sector que los circunda.

Obra diabólica se dice y, de inmediato, se pone en marcha la magia interminable de la anticorrupción que suprime toda preocupación sobre lo que está tras semejante velo.

Las aduanas de hoy no son buenas ni malas por la ética de quienes las administran. La tragedia mayor está en la política de quienes las usan. Si algo contienen y conservan es la historia del juego que esparcieron las potencias coloniales como método de su industrialización.

En el pasado fue Inglaterra la que usó con gran eficacia la unión y separación del proteccionismo y el libre cambio. Así suprimía toda competencia con sus productos en el mercado interno y volvía a las colonias, propias (India en primer lugar) y ex-ajenas (latinoamericanas y holandesas), centros de libertad-para-consumo de sus bienes.

En las circunstancias de la globalización militarizada, el método continúa con variantes. La enseñanza de la élite económica plantea el libre comercio para las Américas, consigna de buen sonar, pero de falso andar. El proteccionismo opera de igual manera que antes en las grandes potencias frente a este mundo que envejeció consumiendo, endeudándose, entregando recursos, rindiendo exámenes de colonizados ante desarrollados, expoliados material y espiritualmente.

Subsidios para las grandes potencias, sí. Para los subdesarrollados, no. Ningún subsidio en el mundo atrasado; mientras en el otro, subsidio para todo.

El-libre-comercio-de-consumo es para los subdesarrollados. No pueden restringir la importación desde determinados mercados, deben liberarla y suplicar por cuotas para sus exportaciones en esos mismos mercados. Sufren castigos y sanciones por causas comerciales y no comerciales. Son calificados y descalificados.

El manejo monetario en la disputa mercantil es entre los grandes. Para los rezagados el camino es uno solo, abaratar hombres y recursos ante la moneda, financiamiento, crédito y comercio extranjeros. En el caso de Ecuador -se diría- no es posible porque estamos dolarizados, como si los precios y tasas de todo tipo en el mercado interno no fuesen manejados por una creciente y abismal diferencia entre la remuneración promedio y el costo general de vida.

A ello habría que sumar los mecanismos de financiamiento del quehacer de los Estados subdesarrollados, cuya dependencia del endeudamiento es absoluta, ante los acreedores y sus normas que imponen los precios.

Nos convocan al ALCA para el 2005, a minimizar las aduanas. Y, a la par, nos arrojan un aluvión de ocupaciones para no pensar en ninguna exigencia de ese porvenir.

Si los representantes políticos y la comunicación colectiva, fabricantes de bozales y riendas de la colectividad, ocuparan tan solo la milésima parte de las palabras con que exacerban emociones y prejuicios, elevaríamos la comprensión de lo que sucede. Entonces podríamos tratar los obstáculos administrativos, políticos, arancelarios y no arancelarios que deben superarse para alcanzar el ALCA. Ecuador crecería en la discusión.

Hubiese sido necesario hablar, como algún día lo pidiera Fernando Henrique Cardoso, de los obstáculos no arancelarios. Además, precisar otras condiciones del endeudamiento que deben preceder al ALCA; establecer el desarme en el continente con el fin de reorientar el gasto militar y vincular esos recursos recuperados hacia la ciencia y la técnica; transferir tecnología a los países atrasados, hoy reducida al comercio de artículos de consumo final; modificar el contenido de la comunicación colectiva; formar colectividades predispuestas al conocimiento, la libertad de intercambio real y la participación no violenta en la acelerada transformación de los Estados.

Sería un momento de nuevo espacio mercantil ajeno a la función de coartadas que caracterizan al libre-comercio-para-el-consumo, que silencia el monopolio convertido en mecanismo global de usurpación de recursos.

En lugar de estas reflexiones que la minimización de las aduanas demanda, se ha ubicado la persecución a un chivo expiatorio, apasionada distracción del poder agotado, otro desecho que se autodenomina anticorrupción.

La persecución a Flores tiene un objetivo, aniquilar toda idea o noción respecto del comercio, crédito y condiciones de la integración. El acuerdo de comercio bilateral que Colombia pretende con Estados Unidos, al margen de la CAN, es inaudible.

Cuando los contrabandistas solo serían una especie de precursores del libre cambio, la anticorrupción en las aduanas se convierte en política aduanera, para no ver en ellas los factores que pudieran aportar a la agricultura, industria, comercio o la transformación del Estado con otra política que la regule.

Todo contribuye a la terrible asimetría en demografía, destrucción del medio ambiente, desempleo. La cooperación e integración Norte-Sur perdió la palabra ‘cooperación’. Nuestra integración es solo vasallaje.

El mundo subdesarrollado es depositario del fracaso de la organización internacional de comercio, Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT), Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), Organización Mundial de Comercio (OMC).

La aduana aparece como problema moral. Un día será ridiculez, pero hoy es otra política mas de la cual Ecuador abjura: la integración regional.

La aduana y la comprensión que la utiliza son otra servidumbre de paso, donde también se refleja la extinción del Estado ecuatoriano.

Opus diaboli, para no ver.


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