Europa, sin embargo, podría mirarse en el espejo y exclamar: tanta historia para tan poco poder.
En la evolución de los últimos milenios, ningún poder de sus mundos ha sido fruto de la integración de sus partículas. Siempre fue la constitución de un solo organismo. Así fueron los grandes imperios.
La aspiración de la Organización Tratado del Atlántico Norte OTAN articula cierta novedad. Bajo la misma sigla matricula a países de todos los hemisferios cuyas tareas son simples: el Sur ha de cuidar al Norte; el Norte debe enseñar al Sur la defensa correcta. Misión «sureña» que en la actualidad recorre todos los cerebros y países subdesarrollados.
Siguiendo este parecer, el G-8 también se dispone a incorporar más razones con nuevos miembros, presiente alguna debilidad. Ha comenzado a clasificarse entre quienes recién perciben síntomas de asfixia económica, moral, intelectual y política; los que frecuentaron hace mucho esos síntomas; y aquellos que ya no tienen memoria.
Se observa la marcha triunfal y fúnebre de democracias y razones de Estado. El mundo desarrollado sugiere instintivamente que Afganistán e Irak son denominaciones de la mayor derrota moral de la infinita razón de la Casa Blanca.
Europa asigna a los nombres Blair, Aznar y Berlusconi la función de vacunas contra la organización política de Europa, espacio ampliamente demandante de técnica y ciencia, limitadamente competitivo y políticamente anulado.
El éxito de esta sagrada familia fue indudable hasta el día en que la muerte de David Kelly dio paso a la mayor amenaza que sufre cualquier poder, la que contiene un cadáver. Más aún si al científico especializado en armas biológicas de destrucción masiva que había informado que en Irak no había armas de destrucción masiva se añade el soldado desconocido, que cada día desaparece por razones de Estado poderosas.
Los amenazantes cadáveres aumentan si se suman afganos e iraquíes, países donde cada baja de la Coalición se multiplica por miles de víctimas de la liberación.
Una democracia supersticiosa y todopoderosa se inclina ante su temor al mal, cuyo ejército terminará siendo más activo que el de los vencidos en el pasado inmediato.
Los cadáveres, propios y ajenos, que produce la unipolaridad destruyen su razón, la vuelven finita, la amedrentan y encierran en sí misma, claustro para sus asustados dirigentes, dispuestos a terminar con fantasmales resistencias.
Han perdido nexos incluso con la realidad aceptada y buena, la única que diariamente cuenta sus bajas. En la restante, no hay cadáveres, solo victorias y sometimiento de los vencidos a los que debe seguir venciendo por la resistencia que enfrenta en los territorios conquistados. La razón unipolar dicta destruir a los derrotados mientras no dejen de ser tentados por el mal.
Petróleo, gas, pasos y ubicaciones estratégicas son palabras que nunca se pronuncian. Los iraquíes podrían alcanzar la gloria de la democracia con solo concesionar a los conquistadores el Eufrates, el Trigris y el petróleo. Posible, sin sangre, como se lo hace en América Latina, donde una técnica que forma profesionales ha logrado que el petróleo que se explota cubra la mayor parte del ítem de la deuda externa en los presupuestos esta-tales. Y, para el endeudamiento futuro, el petróleo aún no explotado sirve de garantía con o sin papeles, pero siempre con la argumentación modernizante de sus Min-finanzas y técnicos-fmi. Racionalidad que multiplica la miseria y desesperanza de cuatro quintas partes de la humanidad.
Entre Europa y Estados Unidos hay profundas diferencias de poder y aún mayores de historia. El resto de regiones del mundo permanece lejos de la experiencia de un mayor poder y su historia se encuentra tan en bruto como una mina todavía no descubierta.
Este resto podría añadir la evidencia de tanta historia sin ningún poder.