Derrota de Uribe convulsiona al Plan Colombia

La derrota sufrida por Álvaro Uribe en el referendo y las elecciones corresponde a una política belicista apenas encubierta en la propuesta de modificar el Congreso, hacer ajustes fiscales, congelar remuneraciones, salarios y pensiones. Preparar al Estado para la «solución bélica» contra la guerrilla.

La presencia democrática de independientes y sectores que renuevan la izquierda colombiana son importantes. Modifica la comprensión sobre el conflicto. No obstante, los intereses más poderosos inmersos en la región no garantizan que esa voluntad electoral tenga posibilidad de ofrecer una estrategia a los Estados de América Latina.

Colombia recomienza, también para nosotros los ecuatorianos. No es difícil que esto acelere el proceso bélico. La voluntad popular y electoral de Colombia es absolutamente contraria al régimen del bipartidismo. El propio Álvaro Uribe es producto de la descomposición de los Partidos Liberal y Conservador. El mapa político tradicional se ha derrumbado.

Hay aperturas hacia cauces nuevos en el pensamiento de sectores progresistas, de quienes se llaman izquierda y otros que piensan en sus pueblos, orientados por la guía de los próceres que convocaron a constituir Estados sobe-ranos.

Álvaro Uribe no podrá ser reelecto. La democracia colombiana está tan degradada que más del 75% del censo electoral no vota. Es decir, la voluntad mayoritaria del pueblo colombiano no está presente en el proceso electoral.

Un régimen que llama «mayoría» al 13% de la votación del censo electoral es simplemente ficticio. Así ganó Álvaro Uribe.

Dijeron que había ganado con el 51% de la voluntad popular, pero 51% de ese 25% votante, en rigor, es 13%. La democracia que se miente en esas dimensiones es una farsa, escenario de esa guerra civil, de fuerzas militares insurgentes y también de irregulares como los paramilitares que tampoco creen en elecciones.

Uribe va a cambiar. Hombre de obsesiones y sensibilidad percibe el destino. En él no habita sólo la disposición de beneficiar a la élite. Su una voluntad bélica está inmersa en un sendero extraño a los intereses de la nación colombiana.

El fin de la guerra tiene que ver con un cambio en la forma del Estado colombiano. Es imprescindible que exista un Estado nuevo, uno distinto donde quepan todos sus intereses. Colombia merece el apoyo de los pueblos de América Latina, del continente y del mundo.

El referendo colombiano es mensaje por una solución pacífica regionalizada. Impone correspondencia entre las declaraciones oficiales y los adiestramientos estatales. Todas las guerras se han desatado invocando la paz, se han tramado encubriéndolas en fraseologías pasivas, pero el curso bélico evidencia el sentido concreto de su rutina.

El referendo en Colombia fue un llamado de atención a la región. El encubrimiento de la guerra con la palabra paz no engaña. Hay conciencia. No basta una declaración oficial si se repletan las fronteras de armas.

El resultado electoral constituye también un revés para el Departamento de Estado, el Plan Colombia y la comprensión existente en la mayoría de países en relación con la guerra civil y las drogas.

Continuar o intentar resolver la guerra civil de Colombia mediante la intervención bélica multilateral sería una locura más desastrosa que la invasión a Irak. Además, en los latinoamericanos se gestarían sentimientos de orgullo nacional, étnico, cultural. Una intervención de esa naturaleza lesionaría fibras muy profundas de las colectividades latinas.

La preparación del ejército ecuatoriano (a veces al margen de su voluntad) viene de un puñado de años atrás y continúa todos los días. El Comercio (28-10-03) informa el aumento de tropas en el norte y habla de 800 militares más. El Comando Sur construye bodegas «por razones humanitarias», nos dicen.

Uribe azuzó un ánimo belicista. Si bien en Ecuador no existe tal ánimo en la población ni en las Fuerzas Armadas, lo hay en la concreción de una política ajena a partir del establecimiento de la frontera con Perú, el paso del ejército del sur al norte, la instalación de la Base de Manta y los preparativos premeditadamente callados.

Si se habla de acuerdos humanitarios, una bodega de almacenamiento de trigo, soldados o niños hecha por el Comando Sur del ejército norteamericano debe ser tan inocente como el cortaúñas del pasajero que pasa por un filtro de seguridad en un aeropuerto. Pero no es así, el cortaúñas es considerado arma terrorista mientras la bodega de acopio estratégico es un pesebre.

Al cronograma del Plan Colombia le quedan dos posibles caminos, acelerar el enfrentamiento bélico o posponerlo. No podrá licenciar las tropas de Ecuador en la frontera ni liberarse de la base de Manta. No evitará el uso bélico del aeropuerto de San Lorenzo, de los helipuertos clandestinos, las acciones encubiertas ni el camuflaje del Puerto de Jaramijó. No se recuperará el control de nuestro mar, del espacio geoestacionario, de la economía ni del petróleo.

Tampoco se suprimirán las funciones bélicas de los radares instalados. Se incrementará el armamentismo, permanecerá la instrucción en otra política de la voluntad y la acción militar de nuestros soldados. Continuarán los acopios estratégicos y las escuelas de selva. Nada impedirá la utilización de la policía, los acuerdos humanitarios con Cancillería ni los «crímenes» por inventar.


Publicado

en

,