Ropaje desechable para un poder estable

La política esencial que ha subordinado al Estado ecuatoriano desde 1976 sigue siendo la misma. La continuidad corresponde al triángulo de poder determinante de su quehacer. Resuelve el destino de los recursos naturales y del excedente económico, la fatalidad de las instituciones nacionales y la mutación ideológica que articula la cadena de control social.

A la protección de semejante continuidad —tan lesiva al interés nacional, tan regresiva económicamente, tan expoliadora de recursos de nuestra naturaleza, tan usurpadora del esfuerzo laboral, tan destructora del Estado y su jurisdicción, tan reproductora del subdesarrollo— han contribuido sus representaciones gubernamentales, parlamentarias, judiciales, estéticamente viciosas, socialmente variadas, ideológicamente vacías, de nombres que ya no nombran.

Estas imágenes, bien vestidas o mundanas, fugazmente librescas, generalmente teatrales, ponen en escena disputas de individualidades sólidamente subordinadas y prepotentes. Ficciones en ruina. Ofrecen y compiten por encubrimientos a esa política esencial. Repletan anecdotarios sedantes para protegerla. Nunca cuestionaron el sojuzgamiento. La ideología debate sobre la apariencia de individualidades, la cuasi-política de figuras y sus oponentes. Allí se detiene, no aborda la funcionalidad del mandatario respecto de la política esencial.

Alianzas u oposiciones destacan vicisitudes entre títeres hasta que el asombrado auditorio ingresa en la «autonomía» de actores de aserrín, palo, hilos y tela. Luego la tragicomedia anda sola.

La apariencia esconde el curso ineluctable del país cuyo Estado declina con la degradación de todas sus instituciones, mientras peligra la existencia de la nación.

Cuando la política esencial reasegura el despojo de recursos en medio de la deuda, la explotación de potencialidades energéticas, la apropiación privada -o de otro Estado- de lo que enajena el país atrasado, surgen sesudos estudios de la administración de migajas, la calidad del gasto y lo que se obtendría reduciendo funciones y tareas estatales.

«Modernidad», se dice, cuya cima se alcanza con un Estado ausente. Ausente de la producción, camino que desiste de la historia.

La inestabilidad de este tipo de representación ha sido y es la garantía de continuidad de aquella política que convierte a un mandatario en ropaje desechable. La misma estructura de poder que auspicia y desautoriza a una representación ejecuta golpes de Estado.

A comienzos de 2004, la inestabilidad del gobierno brota de la estabilidad de la política impuesta desde 1976 hasta hoy. Los breves momentos de excepción no cuentan para el análisis. Son relámpagos de coyunturas soterradas en la amnesia colectiva.

La obediencia en demasía inestabiliza y extiende el subdesarrollo. Pero esa excesiva obediencia -en especial del gobierno- al dominio del que pende, genera resquicios de visibilidad del poder. Principio de conciencias fecundas que no se cultivan en el drama o comedia de dignatarios pasantes.

La obediencia extrema alarma al poder. Este podría ser observado. Mahuad obedeció hasta poner en evidencia el papel especulativo de su estructura y la reducción de la soberanía. Entonces se gestaron protestas de bajo control, especialmente en las Fuerzas Armadas, gremios laborales y asociaciones étnicas.

Se precipitó la consecuencia, elevar el control de la protesta. Mahuad sería desechable y para ofrecerle continuidad a su política, Gustavo Noboa, presidente. La comunidad financiera no entregó ni un solo centavo al gobierno de Mahuad. Previó y condujo el desenlace.

El gobierno de Gutiérrez ha protegido mejor al poder que lo determina. La composición social que integró su candidatura incorporó inicialmente a sectores inmersos en el 21 de enero. Y ha logrado en lo inmediato convertir la participación indígena en vacuna contra su propia movilización.

La contracción aún mayor de la soberanía la observan los ojos estupefactos de la colectividad pese a estar ocupada en anticorrupción, nepotismo, rectificaciones, tomas y dacas, disputas, se amontonan ridiculeces y trivialidades sin fin.

Mientras el discurso oficial fantasea y se engaña, la Base de Manta amplía su radio de acción; el Estado se subordina, en la práctica de manera absoluta, a la política bélica supuestamente antidrogas; se entrega a su diktat. La política-económica-fmi ofrece estabilidad en la miseria.

La política militar se convierte paulatinamente en policial, sojuzgada por el Plan Colombia. Aunque las Fuerzas Armadas no dejan de sentir el derrotero que, al desinstitucionalizarlas, deviene premisa de destrucción de la nación; cualquier reacción parece tardía.

Ecuador no fue capaz de integrar el sujeto sudamericano para discutir y constituir el ALCA. En su lugar está el TLC. Aún no lo escribe Estados Unidos. Lo hará pronto. El desarrollo que promete dará origen a una nueva estructura de poder en este territorio. Así lo ha hecho el libre comercio en diversos lugares y momentos de su evolución. Para entonces, si no resistimos, todo será distinto.

Las ventajas materiales habrán creado un espíritu social diferente. El viejo orgullo nacional de las guerras de la independencia será parte del sepulcro que existe en el espacio postrero de toda historia.