Ensayos de la Historia

Factor intermitente de la historia es la violencia. La del poder llamada del «bien», y la de sus opuestos, del «mal».

Depredación, muerte, liquidación del adversario, decapitación en sentidos varios, sometimiento o exterminio de resistencias constituyeron soluciones de fuerza.

En pos de la dominación, el terror fue y es norma. La respuesta es y será el terror.

La organización de la representación política del mercado y economía nacionales, vertebró un recurso, el ingenuo terror del mundo que nació en el XVIII.

Liberales y republicanos opusieron su violencia contra el terrorismo monárquico. Izaron y blandieron torrentes de ideas, previsiones y comprensiones del devenir, cuya proyección inmediata fue un espíritu sobresaliente. Ese transparente terror desapareció de la memoria. Quedó solo la materialización de sus esencias necesarias.

Occidente universalizado adora el terrorífico martirio de su dios, absolutiza y se reclina en el sentido de la fuerza. El terrorismo de Estado -espectacular o encubierto- es su único argumento contra cualquiera que resista aterrorizando o con el suicidio subversivo. Reinventa la guerra preventiva. Tramada con lo más depurado del terror estatal y las armas más destructivas que la evolución conoce: tóxicos informativos, crímenes de todo tipo, correctivas bombas atómicas y biológicas.

Desarme mundial es concepto borrado del lenguaje político internacional.

Si el terror se lo ejerce en nombre de la lucha contra el terror, la meta se alcanzaría con la auto liquidación del ser humano.

Estamos arribando al fin de uno de los ensayos de la historia, de esta fase de globalización que resultó desmesurada para nombrar el voluntarismo de la solitaria superpotencia. En otro momento se realizarán los contenidos de ese desarrollo hoy atrapado en la política G.W.B.

La Revolución Francesa contribuyó a trasladar el cartesianismo a la reflexión política. La razón fue principio, interés y, a veces, escenario del enfrentamiento social. A la par, el racionalismo nutrió la elaboración de nociones y credos, incluso de los más antagónicos.

Ahora decae la mayoría de manifestaciones axiomáticas que acompañaran a occidente, y con él palidece el racionalismo y la irracionalidad.

En 1989 se supuso la transición del Estado nacional que se originó y multiplicó a partir de 1776 y 1789. Pero se antepusieron intereses de la unilateralidad unipolar: la estrecha visión del pasado, motivaciones y consignas vinculadas, obsesiones ideológico-políticas, culto a la fuerza, abuso de los Estados débiles, administración y usurpación de recursos ajenos y conversión de artículos de fe modernos en tecnificado maniqueísmo.

El miedo, teología global, resulta principio y fin.

Bajo esa exterioridad, subyacen otras formas de reflexión, sujetos colectivos en gestación, la necesidad de superiores relaciones mundiales, de desarme real de los Estados, renuncia a la destrucción de la naturaleza, respeto al desarrollo de la diversidad humana, redefinición de la paz y supresión del terror como mecanismo de poder o de su protección.

El terrorismo de Estado y sus criaturas han vaciado de contenido a la globalización. Convertida en un ensayo, es el campo de batalla más grande de la Historia.

Todo es como si se hubiese transitado de Gengis Khan, Tamerlán o Atila a Hitler, Bush, Sharon, Bin Laden y más creaciones imperiales.

La única respuesta persistente rebrota del mundo de ayer. De una ética, derecho e institucionalidad internacional en decadencia, pero archivo fundamental de las causas.


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