Liberación y negocios: lado oculto de Occidente

La prensa informa que la coalición en Iraq tambalea por el giro de España, que abre fisuras en las fuerzas ocupantes, fisuras que muestran el lado oscuro de la “civilización occidental”.

En 1991, la guerra quedó inconclusa. Saddam Husseim siguió en el gobierno. Si bien no era líder espiritual del mundo islámico, tampoco era lo que hoy derrotado, uno de los símbolos de la resistencia árabe.

Las armas de las que dispuso en la azuzada y teledirigida guerra entre Irán e Iraq se habían gastado. Fueron tácticas de la Casa Blanca al fin de la guerra fría.

El petróleo continuó siendo formalmente iraquí. Sin embargo, bajo control «internacional» y obligación de venderse exclusivamente a los vencedores.

La ONU proyectó cierta descomposición al participar en un Programa de Petróleo por Alimentos, según hoy se investiga.

El año 91 comenzó la soledad del bien. El mundo le pertenecía. Pero solo a partir del 11-S se evidenciaría semejante fatalidad.

Las Naciones Unidas fueron desconocidas para la cruzada de «liberación total» de Iraq. Los presidentes Bush, Blair y Aznar dieron paso a una desastrosa invasión, conclusión de la anterior, en medio de mimos y pantomimas sobre el derecho a la guerra preventiva frente al mundo del mal.

La política del Presidente GWB logró un abrumador triunfo en 2003. Bagdad fue blanco principal de la extraordinaria tecnología de la US Army. Destruyó palacios de significación histórica, derrumbó templos sagrados, arrasó ciudadelas. Los museos fueron liberados a la devastación de las turbas.

Colapsaron los principales sistemas urbanos de canalización, agua potable, electricidad, transporte. Pulverizaron todo sitio donde un medio de comunicación pretendiese decir algo que no fuese traducción del inglés.

Liquidaron el Estado iraquí. Se apoderaron de sus bancos y recursos. Arrinconaron, disolvieron o exterminaron al ejército. No quedó en pie un solo símbolo que no fuese potencial aliado de los liberadores, saludados como tales por sus cámaras de televisión.

La violencia del Estado destruido debía convertirse en posesión de la coalición ocupante del territorio iraquí.

Eso falló. La violencia volvió al seno de la sociedad. No pudo ser usurpada.

La resistencia retrasó la entrega de felicidad, civilización, cultura, democracia y dogmas occidentales.

Las fuerzas invasoras optaron por la liquidación de insurrectos y sospechosos, cuyo número desborda la población iraquí movilizable, incluidos el ejército y policía recién formados.

El triunfo de la coalición es tal que por cada muerto suyo caen 100 iraquíes; por cada herido, 300. La masa de hambrientos, enfermos y desamparados aumenta y multiplica el odio. Se dilata el caos, la anarquía, la miseria, el holocausto… Cabe preguntarse cuántos iraquíes mas deben morir para que los “liberadores” vendan sin obstáculos ese petróleo y paguen los contratos de la reconstrucción.

Iraq ha sido convertido en un desierto de instituciones. Está subyugado por una fuerza carente de moral, conciencia del límite y noción de las culturas.

En medio del éxitoso genocidio y demolición, el Departamento de Estado admitió que no encontraron armas de destrucción masiva, que Husseim no tenía relación alguna con Al Quaeda ni con el terrorismo por ellos catalogado.

La condena mundial a la invasión es abrumadora. El pueblo español votó por la política del PSOE que siempre proclamó su intención de retirar las tropas de Iraq. Rodríguez Zapatero cumplió su palabra.

Mientras tanto, el ex presidente Aznar llamaba apesadumbrado al presidente Bush a condolerse por el cambio de política. Confesión de que la suya no fue la política de España.

Se abre paso el significado de la “liberación” de Iraq, también del conflicto en el Cercano Oriente y Afganistán. Atrocidades de la desfigurada civilización occidental, horriblemente invocada por esa coalición.