Entre la democracia, sí y la democracia, no

El gobierno que preside Lucio Gutiérrez enfrenta cierta agravada descomposición. Carondelet se resume en una tumba de esperanzas. La ausencia de políticas propias, descubre la estabilidad de las ajenas que nos gobiernan y las administra una servidumbre política inestable que mercadea consigo misma, entre la democracia, sí y la democracia, no.

El ceremonial de mando que se tributa a sí mismo ese personal de servicio es mera distracción ocupacional. Quedaron atrás las horas del 21 de enero de 2000, cuando un movimiento de protesta exhibiera la voluntad nacional por derrocar al gobierno de Mahuad, símbolo de una mutilación múltiple del Estado ecuatoriano.

La «insurrección» terminó siendo la exterioridad —ni siquiera forma—, solo apariencia destinada a velar un golpe de Estado que puso en la Presidencia a Gustavo Noboa Bejarano.

Los efectos contradictorios que creó el 21 de enero suprimieron en la mayoría de sus actores el discernimiento y la conciencia de lo que fue la conversión de una obnubiladora reivindicación en tramado fiasco.

Lucio Gutiérrez fue el signo de mayores vínculos con el espejismo y la realidad. Pudo desempeñar simultáneamente y sin conflicto el papel de héroe y anti-héroe, drama de su función. El 21 transitaría al 22 —fecha del golpe—. Mas tarde, de otra manera, los contenidos de la candidatura que lo ungieron fueron negados el 20 de octubre de 2002, día en que se lo proclamó vencedor de la primera vuelta.

Como gobierno (I/03), su voz de peligrosa doblez fue totalmente negada por la práctica. Dio continuidad a los requerimientos de la comunidad financiera, la banca nacional, el Comando Sur y del tradicional séquito político. Ahora luce tan desechable como lo fue Mahuad y debe canjear recursos y amparos del Estado por silencios y jornadas de estabilidad.

Está apoyado realmente por un sector de Fuerzas Armadas y reprobado por otro que advierte el brutal desgaste al que han sido sometidas.

El gobierno hubiese podido tener un fin trágico, pero no degradado, lo cual no se camufla con la remoción de Ministros.

Un gobierno que represente intereses de la nación ha de admitir la principal necesidad: reconquistar la soberanía para incorporarse al proceso de globalización y no sustituir esta demanda por la admisión humillante a ser arrastrado.

No erigir el retiro de una o mas visas en sentencia condenatoria. Ecuador tiene derecho a dictar su propio veredicto respecto de los ciudadanos.

Llevar adelante la auditoría de la deuda externa y de la inversión en el OCP.

Reformar la legislación petrolera, no desde los intereses ni propuestas de los bufetes de las empresas, sino desde el interés nacional.

Nombrar un Ministro de Finanzas que no sea un clon-fmi.

No satisfacer los requerimientos no-arancelarios que Estados Unidos ha impuesto a Ecuador como condición del TLC, mientras no se traten también los que nosotros consideramos imprescindibles para llevar adelante ese objetivo.

Denunciar los obstáculos que impiden la existencia de política social.

Suspender la privatización de las empresas y concesionar la esfera de su administración.

Integrarse políticamente a Sud América en pos de este sujeto histórico, desde donde se tratará mejor el comercio con el mundo.

Elaborar no solo un deseo sino una política de paz frente a la guerra civil de Colombia.

Sería como regresar al 21 de enero, antes de esa noche, como volver a ser héroe.

Desgraciadamente aún no se ha descubierto la fórmula de la relatividad política que haga reversible el tiempo y sus valores.