Ninguna propuesta política resulta suficiente si se enclaustra entre muros de niveles de pobreza, falta de democracia, ausencia de representación de intereses nacionales y, peor aún, si se reduce a la corrupción y sus variantes en la administración estatal y privada.
El ancla del subdesarrollo radica en las fuerzas especulativas que conducen al Estado y sus partidos.
A partir de 1972, el ramal agro-exportador-terrateniente fue desalojado de la hegemonía en la administración nacional. Esa estructura de poder jerarquizaba sus nexos con la esfera productiva subordinada al comercio exterior.
El gobierno de Rodríguez Lara (Febrero/72 – Enero/76) no requirió de los recursos de esas fuerzas gracias al petróleo, factor que orientó una masiva inversión circunstancial al crear todo el sector estatal de la economía que hoy se privatiza. La obligatoriedad del salario disolvió las relaciones serviles, debilidad mayor del desalojado poder.
A partir de 1976 se articuló el paralelogramo de fuerzas que nos rige: la comunidad financiera internacional, la banca «nacional» especulativa y, bajo vínculos de su propiedad, influyentes medios de comunicación colectiva.
El vetusto ramal productivo se refugió en el proteccionismo esterilizante. Despreocupado de la productividad del trabajo, pero copartícipe de «ventajas» que lo sustraían de la técnica y que, a la par, posibilitaban la depredación arbitraria de la naturaleza.
El prevalido e impune poder especulativo, adherido a recursos fáciles del Estado, organizó sus representaciones como personal de servicio de empresas tercerizadoras, en las que serían convertidos los partidos políticos.
El macabro juego entre administración oficial y oposiciones oficiales quedó integrado por el Partido Social Cristiano, reconstituido de la experiencia terrateniente y agro-exportadora; la Democracia Cristiana, modificada como Democracia Popular por fracciones del Partido Conservador y del antiguo socialcristianismo; la Izquierda Democrática, cercana al liberalismo y menos custodiada desde sus orígenes por esa banca en “crecimiento”.
Otros actores del espectro político que asumieron ocasionalmente la representación marginal del poder se usaron en desbordantes denuncias, tareas caritativas, invocación a los pobres y miopía propia de clases medias parasitarias que presumían, por ilusorias circunstancias, ser otras. Fueron convertidos en artículos de distracción, enmascaramiento, manipulación colectiva y exclusión.
La obsolescencia de los sistemas de control estatal extiende el atraso, la impotencia social y jurisdiccional sobre la economía y los recursos nacionales.
Todo sintetiza el momento mas grave de la historia del Estado ecuatoriano.
Su superación exige despertar y organizar al sector productivo, ideológica y socialmente plural, con el fin principal de desalojar al aparato especulativo de la conducción del Estado y modificar la ubicación, orientación y función de la economía y política ecuatorianas.
Es imprescindible independizar al Estado de la especulación financiera, mucho mas lesiva que el poder de antaño contra el cual se erigió la Revolución Liberal al separar al Estado de la Iglesia para avanzar y dejar atrás al poder terrateniente.
El despotismo especulativo hoy amenaza la existencia de Ecuador. Separar Estado de banca es objetivo de desarrollo y creación de nuevas fuerzas políticas, de ideas capaces de interactuar con otras posiciones y diversidad de pensamientos.
Entonces, los partidos políticos no aportarán con el personal de servicio al mas degradado poder de la historia de Ecuador. Ofrecerán representantes de los intereses de la Nación. Los énfasis cederán el sitio a luchas reales, próximas al Estado que se gestara en las Guerras de la Independencia y lejanas de las mafias que lo han destruido.