La transparencia posee varios sentidos y direcciones. Caso especial fue el que protagonizó Gustavo Noboa Bejarano. De sarcasmo en broma, o de impromptu en impromptu, señaló incontrovertibles verdades: todo mundo sabe –afirmó– que el Fondo escribe la Carta de Intención y el Presidente solo la firma. Se refería a la relación del Estado con el FMI.
Develó la sima adonde cae la voluntad estatal y, como si tuviese que justificar alguna concesión, sentenció: la soberanía no se come –en algunos medios se entendió, de la soberanía no se come–. Cualquiera que sea la precisión contiene el mismo credo.
No partió tinieblas. Se impuso la inercia. La Carta y la última instancia siguieron siendo fmi. Sirvió a escenas cómicas.
Aunque de manera light, dos expresiones de trágicas realidades y otras de menor espectacularidad muestran hilos y consecuencias de la sumisión del Estado ecuatoriano.
Noboa presintió el significado del paso del Ejército de la frontera Sur a la Norte. Advirtió negociaciones de todo tipo (debió haberlas observado en el codicioso rostro de algunos de sus colaboradores) e instintivamente cumplió con abulia todas las órdenes.
Su sucesor disfruta de la obediencia. Sin instinto ni ideología se juega por la potencia mayor. No conoce la convicción que recorre el territorio que aún nos queda: el gobierno no nos representa, dicen, pertenece a otro Estado. Certeza respecto de un módulo de doblegados magistrados, legisladores, funcionarios activos y pasivos que penden de los hilos que enajenan la soberanía.
Cierto temor a que ya sea tarde para reaccionar ha invadido la Nación. Se han firmado y se firman todos los convenios prescritos a ella. Va perdiéndose irreversiblemente la presencia del Estado soberano.
Ahora, sin política ni moral, se cierne sobre el país la posibilidad de desintegración jurisdiccional, territorial y social. El día en que el país se hunda –se lucubra– ¿adónde irán sus 22 provincias, potenciales feudos o nuevas adherencias de fuerzas superiores?
La respuesta se presta a caricatura: “Si Ecuador se hunde, ¡mi provincia no!”. Fatuidad y pedantería provinciana que podría repetirse en toda la extensión de la Patria que decae.
Las distintas funciones del Estado ya no esgrimen el interés nacional, son coartadas para realizar disposiciones extrañas o superficialidades que animan disputas teatrales. Se derraman puerilidades y poses apasionadas. La vacuidad resuelve todo.
Las funciones del Estado caminan sobre el agua como insectos, reproduciendo el milagro de no hundirse. La tensión del líquido es mayor que la presión de sus miembros. No cargan sobre sus hombros intereses que pesen, sólo temas extra livianos, de papel. Fiduciarios, afirman.
Ecuador no fue capaz de denunciar la gansterización de la deuda externa en la negociación del TLC. Mientras tanto, EEUU disponía garantizarla como condición colateral del Tratado.
El Estado no se atrevió a cuestionar lo esencial de la propiedad intelectual requerida por empresas biotecnológicas. Tampoco propuso trasladar la discusión a las Naciones Unidas, donde no solo se conjugan demandas científicas y de bioética sino de la evolución de nuestra especie que no habrá de reducirse al éxito que siempre tiene el mas fuerte sobre el mas débil.
El gobierno jamás contrariaría la voluntad de Oxy. No hace falta esperar el fallo del Ministro-juez. De antemano actuará la determinación, como el sacerdote ante el rey pecador: ¿Se arrepiente, Su Majestad?… demuestre propósito de enmienda y repita conmigo tres veces: ¡Ave César! ¡Ave César! ¡Ave…!