La importancia del debate entre John Kerry y George W. Bush, en apariencia reducido a Iraq, Corea y sobre la coalición necesaria para organizar la victoria, volvió previsible la dirección de Estados Unidos frente al mundo.
No se nombró a América Latina, ella debe aprender a pensar por sí misma en su supervivencia.
El debate no abordó la estrategia y sus objetivos. Contrapuso propósitos tácticos. Ubicó la insuperable dificultad del presidente norteamericano para lograr una coalición a partir del derecho internacional con el fin de superar el caos a donde ha conducido a la nación iraquí.
Bush no se retiraría de Iraq sin lograr lo que él denomina victoria, el sometimiento total del pueblo iraquí. En cualquier caso, dejará atrás una guerra civil y un hondo y descomunal genocidio.
La contienda electoral ha dejado entrever el auge y resquebrajamiento moral de los negocios bélicos, fisura que se recrea en la estructura del Estado norteamericano. No ocultó el interés energético que integró la disposición bélica; Bush mintió para invadir a Iraq.
Kerry proyectó significación y ética superior en la convocatoria a una fuerza multilateral que eleve objetivos frente a la nación árabe y el Islam, capaz de enfrentar el caos forjado en un país que no fue autor ni cómplice del 11-S.
“El caso Iraq predominó en una renovada versión del clásico encuentro de ‘halcones’ y ‘palomas’ que han patentado el Pentágono y el Departamento de Estado” (editorial de El Comercio, 3-10-04). Sin embargo esta vez, esa disputa rompió el velo que antaño impedía advertir el contenido estratégico en el que persevera el aparato post industrial y militar, su gobierno invisible, dicen, que conduce al Estado norteamericano.
Si el mundo votara, lo haría por Kerry. Se intuye que el resultado del 2 de noviembre fija una veta de porvenir. No se elige un súbdito sino un potencial emperador tardío o fetal ante la actual reflexión humana.
La administración del imperio estadounidense calcula sonidos y silencios.
Sus candidatos debaten sobre aspectos tácticos, opositores ilegales, guerra preventiva, mientras una densa relación de intereses circunstanciales e históricos combina discretamente objetivos en la consecución de la estrategia. Ella no se discute.
El desarme y equilibrio, que vaticinaban paz, desaparecen ante la desproporción bélica componente de la dominación y de esa estrategia: ubicar armas en el espacio e impedir que otros lo hagan, monopolizar potencialidades destructivas, poseer exclusiva y excluyentemente saberes biológicos vinculados con la producción de un hombre premeditado, manipular cerebros y voluntades, mermar el volumen de la población y «mejorar su docilidad», disminuir su diversidad conflictiva. En definitiva, poner un aro en la nariz del buey humano que pesa demasiado, 6.400 millones de seres.
Por instantes y por preconcebidos vacíos de palabras y no-palabras de John Kerry, la audiencia mundial tentó la memoria del individuo en la historia. El podría contribuir a una estrategia de la humanidad. Algo que va mas allá.