El voto favoreció a las mejores administraciones locales. En ese marco, se contuvieron victorias, inercias y derrotas.
Correspondieron a expresiones políticas mayoritariamente circunscritas en la tradicional regionalización social y cultural de Ecuador. Regionalización que la Revolución Liberal pretendió remontar y que el liberalismo anquilosado no superó en la estructura estatal centralizada e innecesaria.
Luego, la supuesta entraña de la globalización que, según la intelectualidad del mundo unipolar, era la ciudad-Estado, contagió de ilusiones, mitos y virtudes.
La victoria (un abuso de la estadística, J.L. Borges) del Partido Social Cristiano y de Izquierda Democrática dilata una contradicción superficial y estéril, diferencias e identidades que aspiran ser la bipolaridad subdesarrollada de potencialidades y límites regionales. Componente también de una fúnebre marcha triunfal de extinción del Estado.
Por debajo de comprensiones de líderes de esas organizaciones, en especial de León Febres Cordero y Rodrigo Borja, en cuyos pronunciamientos está y estuvo presente una noción de nación y Estado únicos, en sus respectivos partidos el sentido práctico de fáciles y reclamados productos contractuales pone al margen toda reflexión sobre política nacional.
La máxima derrota en estas elecciones corresponde al Presidente de la República El pueblo impugna su enajenada política y lealtad al FMI, Banco Mundial, Comando Sur, y su doblez. Bullicios y silencios en la entrega de recursos naturales, de política exterior, económica, de principios de integración a Sudamérica.
Izquierda Democrática y Socialcristianismo jamás han rebasado la anécdota o la crítica de apariencia a la política de Gutiérrez. Comparten el Código Penal como programa de oposición. Ninguno le impugna nada trascendente: decir, por ejemplo, no queremos ser colonia.
Hablan en nombre de una constitucionalidad que se rompe apenas el interés demanda ceguera, sordera o mudez.
Por sobre la victoria individual de los elegidos, ID y PSC exhiben un degradé en la significación y entusiasmo del pronunciamiento ciudadano.
La mayoría de auspiciantes electorales no volverán. Algunas personerías jurídicas de nombres políticos es probable que enfrenten un debilitamiento mortal. Están obligados a reformular sus políticas.
En muchos sentidos, la elección plantea un porvenir distinto. Movimientos nacionales deberán recuperar al Estado de la subordinación, reconstituir intereses de la nación y el pueblo en una conciencia capaz de materializarse para superar el desastre y enfrentar creativamente el reordenamiento mundial.
El 17 “se votó por personas” (Nebot). En el futuro la fuerza social y electoral será entregada a tesis que puedan convertirse en fuentes, riachuelos que ofrezcan el caudal necesario a la nación y el Estado para permanecer en la historia.