Ocaso y permanencia de una posicion del PSC

Desde 1976, a partir del reordenamiento del sistema político, el PSC, ID y DP se constituyeron en principales actores, representantes de la “modernidad financiera” que conduce al Estado.

León Febres Cordero se inscribió en la política partidaria sumergido en la experiencia mundial de la Guerra Fría. Fue partícula de un polo y, cuando esa bipolaridad feneció, su convicción permaneció inalterable. Quedó adherido a la imagen de la época reaganeana que se plasmó en Bush-padre.

 

Ese pasado aún ofrece comprensiones que se le imputa al presente.

 

El 21 de enero de 2000, LFC vio en Lucio Gutiérrez la aparición de “la izquierda”. No advirtió que el 22 madrugó el golpe recubierto de 21. El Congreso fue disfraz de constitucionalidad.

 

Antes, el golpe del 97 había engendrado vanidad entontecedora en líderes y seguidores que se asumían autores o, al menos, coautores de la hazaña. La presumida autoría intoxicó la conciencia. El Estado, teatro de títeres, disimuló a los autores directos con estos «héroes».

 

Gutiérrez se inició entonces en la «lucha del bien contra el mal» con la anticorrupción. No husmeaba en los indios la izquierda ni en los blancos, la derecha. Unos y otros podían ser sus escenarios, pies o brazos. Contemporizaba sin saberlo con el recién electo Bush-hijo.

 

Así, la disputa de hoy contaría con el corazón partido de Washington.

En apariencia, el PSC ofreció más: legislación y silencios, la firma de la paz, la instalación de la base militar en Manta, la dolarización…

Pero Washington no solo posee amor, tiene objetivos estratégicos, el Plan Colombia, los recursos energéticos, el espectro radio-eléctrico, el uso en la superficie próxima de la órbita geoestacionaria, la propiedad intelectual de descubrimientos biológicos, el agua dulce de la Amazonía, el TLC. En fin, la riqueza geopolítica de Ecuador y la región.

Paralelamente, las disputas de encumbrados líderes criollos ya no versan sobre políticas sino sobre artículos del Código Penal. Código-programa de los partidos, ocupación espectacular de las funciones del Estado, a la que hay que añadir disquisiciones sobre variedades.

 

Cuando la política es la misma, la batalla principaliza la cuasi-moral.

 

LFC retrocede. Lo abandona la parte del corazón de Washington que le correspondía. Percibe la tragedia. Sabe que no se gobierna desde Panamá, creencia de ilusos. Reclama lánguidamente por la intervención de la Embajadora en asuntos internos, pronostica posibles intereses petroleros, insinúa cuestionamientos éticos sobre la base de Manta y la atrocidad del hundimiento de barcos… Todo en una diminuta y fugaz información que pasa.

 

Es tarde. Sería el único que afirmó que el Ecuador es su partido, hoy, bastante disminuido. Las ideas cantonales no alcanzan las fronteras provinciales, menos las del país y peor cuestionamientos al ingrato corazón extranjero.

 

Gutiérrez presiente sus ventajas en apresurar la declinación del patriarca y en la innombrable estrategia externa.

 

Es el ocaso de una posición del PSC, de la cual LFC fue y es la cumbre y el abismo y Lucio Gutiérrez su transitoria permanencia.