Entre 20 millones, sí y 20 millones, no

La tragedia mayor fue la pérdida de la posibilidad de conciencia del por qué y del sentido de la realidad, mas que la mutilación del sueño territorial. Si la denuncia fuese cierta, se añadiría un drama moral, un apéndice al desastre.

Cómo pudo el silencio, comprado o no, esfumar la degradación del poder que falsificó su capitulación como trofeo.

Una derrota bélica o política de un pueblo solo es rebasada por la inconciencia de esa derrota.

La inconcebible tragedia para Ecuador no fue la firma del tratado que estableció la frontera con Perú, en octubre de 1998. Lo peor fue el exitoso ocultamiento a la nación de que constituía la consecuencia del descalabro militar en 1941, de la inferioridad y sometimiento diplomático en el 98, la imposición de la fuerza vinculante en la figura de los Garantes (práctica de una estrategia externa) y todo esto en una atmósfera contaminada por una representación política degradada.

Para entonces, Washington preveía el desplazamiento de la base militar de Panamá y la “solución bélica” de la guerra civil colombiana. Conflicto que ya estaba incorporado en la agenda de conducción de los ejércitos del continente, a pesar de sus distintas comprensiones.

En Ecuador, la decisión fue rápida, inconsulta y de espaldas a la nación y su institucionalidad. Reservada exclusivamente a la argucia de sus mandos civiles y militares y a los simulacros jurídicos que reclaman acciones encubiertas para el momento de su conversión en descubiertas.

El 11-S aceleró los procesos. El antiterrorismo vertebró la ideología castrense y de él dependería lo demás.

El Ejército ecuatoriano transitó políticamente a la periferia del Plan Colombia. Se inició la pretensión de negar la ideología que organizó nuestras Fuerzas Armadas en las Guerras de Independencia y se le asignaron tareas colaterales, policiales, aduaneras, antidelincuenciales, antinarcóticas. Ya no libertarias ni defensoras de la soberanía en la concepción de sus fundadores, Simón Bolívar y Eloy Alfaro.

En 1998, nada se dijo de la instalación de la Base de Manta que estaba en marcha, como lo reveló el Comando Sur, no el gobierno ecuatoriano.

Se humilló a la conciencia nacional y a las Fuerzas Armadas al desertar de la colosal tragedia de la derrota, experiencia donde también crece el espíritu de un pueblo.

Identificar un fracaso fue siempre en la historia mas positivo que pregonar una paz de sumisión. Pero se dijo «Tiwintza es nuestra». Y era mentira, como mentira es el porvenir de paz.

Qué deshonor y vejación con tanta “victoria”.

Ese inmenso engaño no ha de reducirse al precio de la voluntad de un núcleo del poder ni puede desaparecer entre 20 millones, sí y 20 millones, no, destinados a ocupar la conciencia y el espíritu de la nación.

Nada impedirá que se escuche la proverbial máxima estadounidense: Si sientes las cadenas, ya eres medio libre.