Solo, tráfico moral

La política, una de las expresiones de la conciencia, se convierte en pensamiento al redescubrir el poder en la mutación social, cualidad definitoria de cada instante. En la historia del Estado son recientes y pocos esos relámpagos.

Simultáneamente, la práctica de la política también recreó la apariencia de formas que maravillan, turban o confunden y hacen imposible la visión del poder. Esa ceguera en la trama social de nuestro país condiciona la conservación de relaciones que azuzan la descomposición del Estado y el ahondamiento del atraso social.

La política puede contrarrestar la decadencia institucional si descubre lo que determina a la sociedad. Si no, se convierte en moral-sin-política y, como tal, en escudo del poder que presiente la eternidad en esa descomposición colectiva. Sus representaciones copan el Estado, las variantes de la contradicción oficial, el bien y el mal en-conflicto y las ideas en las generaciones de hoy.

Ningún dirigente ve las fuerzas que lo conducen ni reconoce su propia ceguera. Los líderes disputan ser sacrificados por los demás en el santo patíbulo de la administración estatal.

El ambiente cargado de la misma noción de democracia cree que el poder está en el consenso o, a veces, en los electores. Los programas de los partidos políticos yacen bajo el Código Penal. Cada quien tiene un yo supremo y honesto que pide mantenerse en el suplicio del sitial que ostenta haciendo bondades a la muchedumbre.

El enemigo de todos es la corrupción. Causa compartida por el espectro de la representación política desde 1995.

Diez años y el efecto ha sido formidable, “todos somos anticorruptos”. Marchas y contramarchas levantan los párpados y exhiben los ojos ciegos. Los líderes políticos odian al enemigo con el que generalmente comparten la representación del poder. Entonces, no impugnan la política común. Se investigan unos a otros como lo harían imaginarios biólogos moralistas que en los procesos de putrefacción se interrogasen por la conducta penal de las bacterias.

Se diría que es exagerada la comparación, pero basta advertir que mientras la disputa ocupa toda la información, discursos, ánimos, pendencias, proyectos y valores, los recursos se van cobijados por esa ceguera.

El control y usurpación del petróleo se perfecciona. El manejo macro y micro biológico está en marcha. El TLC es un espejito que refleja pocos rostros. Ecuador está de espaldas a Latinoamérica; preparándose para la guerra. El mar territorial y el espectro radioeléctrico están fuera de la jurisdicción nacional. La formación de las Fuerzas Armadas ha sido distanciada de su historia primigenia. La pobreza de la colectividad exhibe cierta obsolescencia de la población. Capas medias exaltadas son fácilmente servidumbre de tránsito para una especie de exorcismo democrático.

La tragedia del Estado que se avoca a su muerte permanece en la oscuridad, en la anulación de la conciencia.

Detener la desintegración estatal no implica el triunfo del mal sobre el bien ni viceversa. Simplemente el cambio de poder.