Ha devenido lugar común otorgar a cada principiante gobierno cien días acríticos antes de calificarlo.
Los mandatarios se sienten obligados al informe mediático con motivo de aquel plazo. Analistas y comentaristas reflexionan sobre ese tiempo que pudiese haber incubado ideas no preestablecidas.
Ahora se trata del octavo presidente en la última década. Tendencia que se precipitó en la caída de Dahik. Continuación de una acentuada decadencia del Estado que comenzó durante el Triunvirato de 1976.
Mas fue a partir de 1992 que el Estado perdió capacidad reguladora en la administración nacional. Con ello se abismó su declinación.
En algún momento se intuyó que el porvenir estatal estaba vinculado al manejo monetario y crediticio. Se percibió el control directo por parte del aparato financiero y bancario, nacional y externo. Se propuso reformas al sistema de circulación económica que no alcanzaron a ser escuchadas.
Después, el Presidente Alfredo Palacio declaró al posesionarse que el Estado sería refundado y afirmó el mismo día la necesidad de una Constituyente, lo que suponía una comprensión implícita del desastre nacional que había transcurrido.
Entonces lo cercaron sombras y temores de intereses que manipulan el Estado.
Se optó por mesas de diálogo. Pero ya habían sido usadas para posponer y desarmar exigencias sociales. Luego se proclamó una extraña “concertación nacional, el gobierno escucha y la población opina”.
De pronto, se anticipó aquel otro proyecto urgente de consulta. Hecho de opciones apocadas debilitó el potencial de convocatoria del gobierno, consolidó el atraso parlamentario, afirmó 25 años de partidos opositores-cogobernantes, recuperó lastimeramente la concertación de buenas intenciones, sin estrategia alguna.
Ese proyecto apuntaló la inmovilidad y apatía de todas las instituciones.
Curiosamente, a esas endebles instituciones saturadas de líderes en cambiar la inercia por la inercia les corresponderá hacer muchos cambios políticos.
La CSJ se designa al margen de las instancias políticas para que la política no sea visible. Esenciales órganos de control disfrutan de cualquier tiempo para su renovación. La inocencia del poder y su personal de servicio lo garantizan.
El aparato financiero que controla al Estado ecuatoriano cuenta con mas “razones” para corregir los “desvíos” de la reciente administración.
La política exterior y la económica mantienen visos y búsquedas de soberanía que no deberían retractarse.
La pretensión de una Constituyente se contaminó de significados luctuosos, entre ellos las disyuntivas que implicarían censurar o aprobar al gobierno.
El proyecto de consulta popular se hunde en un mar de nociones débiles y fáciles posmodernas ilusiones de gobernabilidad. Carece de innovaciones que fortalezcan la soberanía, el desarrollo nacional y la integración.
El primer día fue el mejor. Los que faltan lograrían recuperar el tiempo perdido si el pensamiento y la acción vuelven a lo que se formuló ese día.