Hace tres décadas se impuso paulatinamente la noción de que los problemas del país se tejen de corrupción, conflictos judiciales, criminalidad de la política. No del poder. Creencias cultivadas para proteger intereses reales.
Estos intereses están orientados a la destrucción del Estado. Una especie de Estado-paralelo subyace en el que aparece, multilaterales y finanzas especulativas hacen con los recursos nacionales lo que a bien tienen. La ideología que proyectan aísla a la colectividad de la realidad, copa el cerebro colectivo y domina el quehacer político. Esa voz transmitida por poderosos parlantes garantiza el silencio de la masa.
Se ubica en el tapete de discusiones algún robo o estafa. Algo que criminaliza la política, la destrucción moral de cualquier individuo sacrificado en el altar estatal. Ocupados en el Código Penal, nadie piensa: se cree o descree en alguna culpa. O se juntan “orden”, “ley” y “revólver”, que no son soluciones.
Los temas de la semana son del mismo tenor que los de hace 30 años. Falsificación de documentos, captura de toneladas de drogas, vandalismo en algún oleoducto, diputados palanqueadores, nepotismo, maletines, tropiezo de asesores, múltiples versiones de inseguridad jurídica, maldades de coyotes.
Estas ocupaciones ocultan manifestaciones de agonía del Estado. Ni el pensamiento ni el instinto perciben mas allá de un palmo de narices. Los coyotes repletan, se dice, barcos apolillados enrumbados al sueño americano, cuyas rutas marítimas están infectadas de peces espada que atacan bajo las sombras y agujerean embarcaciones. Se hunden solas, por sobrecarga de miseria.
Los coyotes cobran para llevar desesperados al mundo feliz. Mientras, los traficantes de mercenarios pagan para que migren a guerrear por la libertad.
Qué distinto sería si en lugar de copar durante 30 años con los mismos acontecimientos y el respectivo incremento de penas, se hubiese formulado una política poblacional inmersa, por ejemplo, en una aproximación a que la libertad en el movimiento de capitales corresponda a la de la migración de seres humanos. Pensar qué forma de Estado debe organizarse, cómo independizarlo de la banca, qué sistema político se requiere, qué instituciones deben abandonarse, cómo democratizar la selección de representantes. Crecer con América Latina y sus procesos de integración.
Un Estado es palanca de desarrollo y no descomunal comisaría.
El Estado ecuatoriano ha callado sobre el tráfico de mercenarios, pero hace algunos años, “… el 20 de octubre de 2001, la ONU aprobó la Convención contra el reclutamiento, utilización, financiamiento y entrenamiento de mercenarios. Ese acuerdo, ratificado por 26 estados, no ha sido firmado por Ecuador”. (Líderes, 20 08 05). Firmar esa Convención sería mas trascendente que cien años de condenas.
El desarrollo, la producción, su imaginación y comprensión de lo esencial van mas allá de la apariencia, aluden a contenidos. Es imprescindible promover ideas que no anestesien la nación para percibir lo necesario y comprender el presente.