En la historia, pocos momentos permiten a una representación política convocar al pueblo para enfrentar la demanda de su época.
Se diría que en Ecuador este momento no es de aquellos. Aquí consultar es todavía convertir las urnas en válvulas de escape de presiones sociales.
En principio se afirmó que habría consulta el 11 de diciembre. Luego se perdió la fecha. Aún no se sabe qué consultar ni cómo comprimir millares de propuestas y adhesiones. Tampoco hay acuerdo sobre si preguntar o no.
Hacer una consulta resuelta por el Congreso es cuestión de imagen. Suceso de vidrio por la fragilidad y vacuidad que transparenta. El triunfo sería del statu-quo.
Congreso y Ejecutivo han concebido una reforma política sin sentido. Se ha eludido formular el problema y se opta por abundar en soluciones inútiles a conflictos subordinados.
No preguntar nada esencial sobre una nueva forma de Estado, el TLC, bases militares, Plan Colombia, Iniciativa Andina, política monetaria, función en Ecuador del FMI y BM, deuda, control de inversiones, política petrolera, y ni una sola interrogante sobre el interés nacional, menos aún sobre la integración a la Comunidad Sudamericana de Naciones, es no preguntar nada.
Una pregunta basta: Asamblea Constituyente, bajo condiciones de su conformación y estatuto electoral, Sí o No.
En los últimos treinta años, Ecuador ingresó en la espiral viciosa de una democracia en descomposición, fue degradándose paulatinamente y, a partir de 1992, de manera precipitada. El Estado perdió soberanía, moneda, jurisdicción, representación del interés nacional, recursos y política.
A quienes fabrican el dinero que circula en Ecuador y manejan su política ya no les importa la permanencia de algún gobierno, fácilmente los usan, desgastan y descartan.
Ante la dolarización no hubo reforma financiera ni constitucional.
Se perdió parte del territorio sin reconocer la derrota.
El Estado de derecho pasó a la imaginación.
Organizar una nueva forma de Estado sería el objetivo de la Asamblea Constituyente (no Constitucional como sucedió con la del 98).
Solo la Asamblea Constituyente de Plenos Poderes podría cambiar y organizar el sistema político necesario.
Partidos y semejantes no poseen fuerza ni creatividad histórica para hacerlo. Reducidos a su mínima expresión son dependientes y disimuladores de la agonía del Estado y de intereses extraños.
Nada acusa mas al sistema político ecuatoriano que la ausencia de funciones fundamentales del Estado y, para colmo, la pretensión de nombramientos vitalicios en una estructura moribunda, donde lo único vitalicio es el enajenado Poder establecido desde 1976.
Si contra algo luchó la Revolución Francesa fue contra la noción de “vitalicios” en la administración del Estado.
Una “radical” reforma tercermundista presumiría, por ese mismo andar, de jueces, alcaldes, concejales, un presidente y diputados vitalicios. Una especie de república monárquica.
No se trata de despartidizar y despolitizar el Estado, según se dice. El objetivo es organizar un sistema político superior de la nación y sus intereses.