Llegará a ser necesario crear una nueva fórmula de integración que permita a sus funciones cogobernar y ser corresponsables de la administración de múltiples colectividades y naciones.
Un Estado absolutamente presidencialista es hoy una obsolescencia, no permite adecuar demandas de representatividad y eficiencia en el tratamiento de problemas mayores y fundamentales de múltiples etnias y naciones.
La organización estatal –se supone– tiende a transformarse, ser o dar pasos hacia la fuerza mayor que dinamice un destino superior. No obstante, tal como van sus quehaceres ni Asamblea, Congreso, Ejecutivo o Función Judicial tendrán otro cambio que una mutación lenta e imperceptible como la exhibida en estas primeras décadas del XXI.
Estados vetustos, entre otros límites, por ser expresión de tardíos instrumentos conservados desde la Independencia, administraciones presidencialistas y semiparlamentarias constituyen estructuras de limitados intereses; no recrean o establecen nexos y tareas internacionales que demanda el andar de la integración; además se han de ampliar formas y funciones del Estado.
La estrecha estructura estatal predispone el espíritu de sus representantes hacia la arbitrariedad. Instituir correspondencia en el tratamiento tanto del gobierno cuanto de la fiscalización y el control entre diversas funciones del Estado exige nuevas formas, un referente podría ser el Estado parlamentario-presidencial, tema a discusión. No basta el “presidencial” aunque parece forma natural del Estado, forma que no se toca porque satisface pequeñas prisas.
Los grandes intereses de cada país reclaman una organización diferente a proponer en congresos, asambleas y mas instancias; aquellos que van a legislar son representantes de instantes que reproducen lo mismo. Este círculo vicioso es talante de subdesarrollo.
Cierta lentitud del legislador busca ajustar la legislación presente, cuando se ha de reconocer nacientes realidades, potenciar actuales organizaciones y disciplinas jurídicas que demanda su transformación.
Latinoamérica deberá llevar adelante una modificación de la estructura de los Estados, sus funciones y roles. Tarea aún no cumplida y, en la actualidad, con evidente y estrecha representatividad, como estrecho es su producto.
Cambiar formas de la administración será pronto imprescindible hacia un Estado que eleve funciones de la Asamblea, mecanismos que perfeccionen la representatividad del Estado y en general se aumente la responsabilidad política de funciones administrativas y se creen condiciones para una dinámica mayor de intereses nacionales en el Ejecutivo, Legislativo, Judicial y en la Función Electoral; para eso se requiere un Estado que eleve la función parlamentaria ante la presidencial. La mayoría de Estados latinoamericanos poseen tradición presidencialista, la que aún no se supera. Así, el actual Estado presidencial aparece agotado.
No se ha de definir la actualidad como disputa entre neoliberales y antineoliberales. La palabra neoliberal carece de claridad; se la usa mas peyorativamente para ubicar cierta parálisis de la política y es probable que el devenir geste otros referentes o que inéditas comprensiones del porvenir todavía no se expresen.
Un mundo distinto está por forjarse; aún sus expresiones no se manifiestan, apenas parecen conceptos anteriores vaciados de contenido, son los únicos que existen: derecha, centro, izquierda, pronunciados hoy como hace 200 años, y poseen en cada momento una variante de menor contenido.
Latinoamérica aspira a una gran reforma jurídica que reconozca los distintos intereses que la componen. El Estado es instrumento, organización, estructura de representación y administración política de una o varias naciones o nacionalidades que generan reclamos de pueblos por que el Estado sea considerado multinacional, como si un instrumento tuviese tal diversidad. Esto ha impedido, incluso en la función legislativa, que se trate el problema desde una reforma mas profunda, adecuada y precisa. Cuanto más aparecen reconocimientos de nuestra diversidad, mas admitimos que somos multiétnicos, multilingües, multiculturales, antecedentes de consecuencias trascendentales.
Algunos Estados empiezan a derrumbarse porque las economías nacionales decaen o mutan y su representación no satisface necesidades del presente porvenir que no ha de circunscribirse a lo nacional. Lo financiero, científico y técnico, va imponiéndose polifacéticamente según el andar de la producción.
Latinoamérica reconoce su diversidad y reclama para sí transformación de relaciones sociales, monetarias, culturales, jurídicas y más, porque su actual régimen es obsoleto ante la actualización que recorre el planeta en esta segunda década del XXI.
Quien manda hoy ya no es solo el presidente, tampoco aquello que en el pasado se reconocía como grupos nacionales de poder. Hoy se suman mas determinaciones universales y regionales por concreción o articulación de brechas que guían, orientan y circunstancialmente mandan.
Una democracia es tal en la medida que cuenta con los significados de representación de mayorías y minorías.
Un Estado subdesarrollado acumula corresponsabilidades de funciones y cogobiernos. Organizaciones políticas o económicas caminan por entre esos intereses generalmente lejanos de los pueblos. Esa ha sido su práctica; la moral posee referentes materiales, también la convicción. Son condiciones por las que una vida ingresa en la ética necesaria para un momento de su devenir.
En el espacio del subdesarrollo se necesita cambiar el tablado del Estado, democratizar aún más el régimen electoral, la condición partidaria, las relaciones entre agrupaciones políticas, económicas y elevar el movimiento social, ante el mundo, el Estado y la significación de mandatarios. Agrandar la función del elector, aumentar la condición de los que aspiran a concursar, crear sistemas de propaganda adecuados y dotar de ética especial a medios de comunicación para que sean factores del avance de la justicia y no cultiven el desinterés ni la infundada sospecha.
Todo esto es posible a partir de una base material que permita alcanzar el correspondiente nivel histórico que exprese la ética que también fecunda el destino.