En el siglo XIX se advirtió la relación entre dinero –el oro como equivalente general de todas las mercancías- y la moneda, expresión del arbitrio de la autoridad económica. Al dinero lo hacen la historia y la producción, mientras que la moneda desciende de la fuerza.
Al concluir la Primera Guerra Mundial, la imaginación monetaria sepultó al oro y esa comprensión de la moneda, por su parte, suprimió toda noción del dinero. El efecto devino en uno de los antecedentes lejanos de la Segunda Guerra Mundial.
Sobre esa base conceptual e intereses en juego con la victoria, en 1944 se constituyeron el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Evolucionaron, perdieron rápidamente las razones de su origen y en este comienzo del siglo XXI concluyen en ruinas de restauración o de sustitución.
Aún no se sabe cuál será el destino del Fondo, asilado (o usado) en una pequeña oficina del Departamento del Tesoro, o del BM dependiente de otro invisible despacho en el Departamento de Defensa.
Durante los primeros quince años de la segunda posguerra, esas multilaterales abandonaron la motivación central que las engendró, la producción. Prevaleció el arbitrio de la fuerza con emisiones y políticas inorgánicas o manejos de divisas al servicio de manipulaciones que el mundo escasamente advertía.
El Departamento de Defensa descubrió en el BM el espacio de un arma superior, la moneda.
Robert McNamara, luego de haber sido Ministro de Defensa en los gobiernos de Kennedy y Johnson, asumió la presidencia del BM. Participó en la planificación de la guerra de Vietnam, el comercio bélico y el desate de la carrera de las armas nucleares. Ya en el Banco, organizó el sistema financiero y crediticio que precipitaría el diluvio de deudas y la utilización del petróleo como estímulo al desarrollo de la industria norteamericana y control barato del Tercer Mundo.
Hoy, el BM ha vuelto a coronarse con un dirigente del Departamento de Defensa, Paul Wolfowitz, integrante del equipo planificador de la invasión a Irak y del tratamiento bélico del petróleo que exige la democratización mundial.
Wolfowitz ha convertido al BM en espacio de gratificación por la solidaridad en la lucha antiterrorista. Algunos medios de comunicación afirmaron que Wolfowitz metió la guerra de Irak en el BM. Altos funcionarios eran miembros de gobiernos que apoyaron la guerra de Estados Unidos contra Irak.
En el año 2006, Wolfowitz lanzó su mayor esfuerzo a la lucha contra la corrupción del Banco. Esa campaña se combina en todas partes con las ideologías locales de dominación. Ecuador aún es tierra fértil de esos credos donde generalmente toda causalidad permanece en la individualidad inculpada.
Estas multilaterales –FMI y BM, coautores de la destrucción de nuestra moneda nacional y de la desinstitucionalización del Estado- no asumirán jamás responsabilidad sobre sus exitosas hazañas en Ecuador. Pero dejan constituido un aparato ideológico y una red vinculada a medios del hábitat “financiero” que es necesario superar para alcanzar incluso las menos optimistas aspiraciones de transformación del Estado.
Hoy, por supuesto, la Nación ecuatoriana sabe que la fuerza impone o niega una moneda y que a Ecuador, en estos últimos treinta años, se le impuso la legitimación de la deuda, además una estructura estatal a su servicio, “la paz” con un vecino para intentar la guerra con el otro, los arbitrajes “internacionales” que requieren sus inversiones y el silencio de un sector de medios que integran parcialmente la representación de semejante tecnocracia.
Ecuador fue un reclinatorio ante la sacerdotal presencia del FMI y del BM