Ha desaparecido -¿momentáneamente?- la política internacional. Su lugar lo ocupa el antiterrorismo. Esto conduce al colapso del sistema de relaciones internacionales, a la momificación de la ONU, la substitución del Consejo de Seguridad por la súbdita OTAN y, de alguna manera, a la muerte del derecho internacional.
El Estado vengador despliega operaciones castigo. Rompe con normas internacionales vigentes desde 1945 y cuenta con el temeroso aplauso palaciego de la mayoría de Estados. La tragedia está hecha de penas del talión.
La sensación es de que se desmorona una etapa de la nación norteamericana y un sistema de dominio universal.
Una nueva hegemonía resulta ante a los ojos atónitos del mundo.
La humanidad merece renovar sus organizaciones a partir de los intereses de todos los pueblos y no desde la inercia de las burocracias militares.
Grandes apetitos especialmente económicos encienden la reciente hegemonía. Su administración geoestratégica va en pos de la modificación del planeta. El aparato militar cabalga la globalización, mientras la emergencia de la economía mundial, esperanzadora y positiva, se ve rezagada en la abyecta sumisión impuesta.
El G-8-militar se convierte en instancia –también subordinada- de veredictos, condenas y castigos desde su exclusivo arbitrio.
Durante la Guerra Fría, Estados Unidos consolidó el motor económico ligado a su complejo militar industrial. Sucedió vigorosamente hasta el gobierno de George Bush-padre. En los períodos de Clinton, luego de la desaparición del socialismo real, este fenómeno se amortiguó. Hoy se reconstituye con preeminencia.
El peor contagio que puede sufrir el mando norteamericano no es el ántrax, sino la estupidez. Arbitrariedad, maniqueísmo y pobreza intelectiva inauguran el XXI y coronan la ingeniería de la muerte mas eficiente.
Este ensamblaje producirá mas suicidas, hijos de conflictos sin solución.
George W. Bush y Osama Bin Laden tienen en común la lucha contra el mal. Satán, dice el fiel; el terrorismo, afirma el Presidente de la superpotencia.
La humanidad en lucha contra demonios siempre “nuevos” estrena con este siglo otra fase de oscuridad.
No hay espacio para la neutralidad (dicen) entre fieles e infieles, el terrorismo y el antiterrorismo, Bush y Bin Laden. Estos extremos, al parecer, están multiplicándose.
Si Estados Unidos no atacaba a Afganistán, derrotaba a Bin Laden. La respuesta engendra al héroe (o demonio) del siglo XXI y divide para unificar paulatinamente al Islam en contra de Satán.
De las grandes sabidurías del cristianismo, una aconsejaba no atacar a Afganistán. Invocar a las Naciones Unidas, al Consejo de Seguridad, a las Cortes Internacionales. Hoy ya no importan las victorias, no justifican nada.
Todos los Estados deben estar sujetos al derecho internacional, a cierta normatividad, al reconocimiento de intereses mutuos. No han de ser descompuestos en la violencia de la coacción y el miedo. No hay violencia mas grave que el antiterrorismo que combate al terrorismo-sin-causa (?) y sin mas sujetos que sombras, todos y nadie.
Los Estados de América Latina se observan en el espejo de la destrucción. Tendrían que levantarse en pos del derecho para que el mundo no sea “conducido” por un aparato belicista de tan misérrima condición humana.
Los medios de comunicación norteamericanos lamentan las víctimas de las Torres, que todos lamentamos. Respecto del bombardeo a Afganistán destacan la técnica militar y las muestras de “generosidad”, migajas para hambrientos y propaganda escrita para analfabetos.
Los pueblos merecen claridad de los conflictos. No existe mayor ultraje a una situación social que el silencio de la verdad. Con esa “información” crece un desierto en el alma.