Dos años del golpe de Estado

El golpe nació de la viciosa alianza de la comunidad financiera internacional con la banca especulativa, poder que se encarga de nombrar o echar, premiar o sancionar mandatarios y funcionarios.

Esa alianza tramó el golpe de Estado contra su criatura, Jamil Mahuad. Aprovechó el cascarón del descontento y resistencia colectiva, y al triunfar designó a su continuador, Gustavo Noboa, el 22 de enero de 2000.

Son dos años de una protesta justa que juntó a un puñado de militares patriotas con el movimiento indígena. La alianza hizo un velo de esa protesta, licenció la toma de palacios como si fuese toma del poder para luego dar el golpe que reinstauró los mismos intereses, continuó la misma política sin los brutales choques iniciales, feriados bancarios, congelamientos, devaluaciones, degradación del Estado, mutilación territorial, entrega de la base militar.

Se dio continuidad a la política internacional subordinada, al sometimiento de la política militar, a los disfraces en organismos internacionales, a la vacuidad de ideas. Con dólares como sedantes fue fácil, placentero, sin dolor.

El informe del Presidente del 15 de enero de 2002, orientado al entretenimiento y los aplausos oficiales, exhibe gratitud frente a la alianza que lo mantiene.

Expresa la decadencia y esterilidad de una élite que ha vivido demasiado, pero confía en su capacidad de adormecer masas.

El listado de obras gubernamentales integra las que requieren de la sonoridad cuasi Constitucional, “va porque va”. El sitial de honor lo ocupa la autorización y contrato con la Corporación OCP para la construcción del oleoducto, le sigue la decisión de rematar las empresas eléctricas. Luego están las obras no rentables, la reforma política (reforma para nada) y demás superficialidades que “no van por culpa de la clase política”. Y, finalmente, las que han requerido justificación jurídica de cuyos procedimientos algún día –o nunca- se sabrá.

También son sus obras la renegociación de la deuda externa. El Presupuesto del Estado convertido en el de los acreedores, con el cual pagamos hasta el 12 por ciento de interés (usura delictiva) por unos bonos que resucitaron de Brady a Global.

Se impuso la dolarización que no es un modelo monetario sino política militar. Un modelo supone la posibilidad de manejar variables desde el Estado y, en este caso, lo hace otro Estado. De igual manera que las fundas de alimentos que caen junto a las bombas en Afganistán no constituyen política alimentaria sino política militar.

La soberanía se ha reducido a la presencia de tropas en la frontera norte. La impotencia popular se institucionalizó; algún salón de Palacio albergó diálogos entre el alboroto democrático y el silenciamiento impuesto a los indios.

Gobierno y oposición constituyen los pies de la alianza enviciada en el dinero de los otros, esencia de este aparato financiero. En ese andar, se perdió moneda nacional, política, funciones militares, iniciativas en reformas estatales. Se ha empobrecido material y espiritualmente a la sociedad, también se ha enriquecido -nadie sabe cuánto- la élite del poder y la nata de la administración estatal.

La alianza vende el país, anula a la ciudadanía, embrutece ideológicamente, empobrece a la nación y descapitaliza el Estado.

Su curso que no se reduce a argucias, premeditación o maldad del gobierno y su oposición aparece como regularidad histórica en la que se expande la dominación.

La globalización hoy es mas visible, tiene mando militar, evidente a partir del 11 de septiembre. La mundialización que se la suponía guiada por el conocimiento, base de poder, realizándose como fuerza productiva directa, de pronto dejó de ser, es otra cualidad, con cabeza militar.

Desde que se creó el FMI hasta hoy no existe país que logre la estabilidad gracias a sus gestiones. Todos fueron saqueados. El FMI encacerolará a poblaciones donde se deba imponer la dolarización.

Amenaza, se dice, el ejemplo de Argentina. Se olvida que Ecuador ya pasó por esos atracos, saqueos y estafas de la alianza. Argentina aún no pierde la moneda nacional. Esa viciosa alianza también condujo el reciente golpe de Estado contra De la Rúa. Todo esto aquí, en Ecuador, sucedió hace dos años.

Se expande un orden internacional no previsto. Lo acompaña esta franja subdesarrollada, decadente y en putrefacción.

La existencia del Estado soberano declina transparentemente. No existe pérdida mayor que el de tiempo histórico, es peor que la de los recursos.