Inútil moral de graderío

El gobierno presidido por Gustavo Noboa Bejarano dejó que el tiempo macerara el espectáculo del Ministerio de Finanzas. Según su vocero, Oscar Zuloaga, conocían su preparación “desde diciembre”, pero al decir del Presidente no podían actuar a partir de “solo rumores”.

Con la paciencia propia de un ‘régisseur’* consagraron días y noches a la fiscalización de la puesta en escena del show que requieren los espectaculares estrenos de la anticorrupción estatal.

No se les ocurrió preparar correcciones, tarea fundamental de un gobierno moral. En lugar de la prevención de la enfermedad dejaron que los gusanos se multiplicaran para satisfacer el apetito de la anticorrupción (seudo moral del poder) que estos meses no ha disfrutado de grandes shows. Apenas han contado con delincuentes comunes abatidos, quintales de cocaína capturados para satisfacer alguna disposición y lograr certificación de eficacia.

Esta vez la representación fue teatralmente documentada. Los demás ministerios podrían ser canonizados. A la santidad se llega por comparación. Un ministerio, no el Estado, conjugaba el verbo robar y verbalizaciones de ideas afines.

Además se incrementó la venta audiovisual de crónica roja y titulares aullantes.

Dos cosas pueden unir a un país en decadencia. La persecución inútil, especie de fácil moral sin política, seudo ética de graderío para masas y élites semejantes a la plebe de otros tiempos, donde se integran espíritus arruinados. Y el fútbol que sanamente logra concentración anímica colectiva sin mas reproches que los deportivos.

Esta vez se alimentó a capas medias deprimidas por impotencia social, tragedias individuales, descomposición familiar, estrechez, sepultura de aspiraciones, carencias, cerco cultural que impidieron e impiden a esas mass medias alcanzar independencia en sus propósitos o empresas para aislar aún mas el “yo” del colectivo.

En las dimensiones del poder mediático está el ruedo para cada ocasión. Desde ahí se contempla a los ‘puros’ que vencen a los delincuentes. Esa victoria espolea la ovación y los asombros de mentideros y conventillos. Es el gol en la garganta del graderío que secretamente quisiera (no lo confiesa) la ejecución del poder. Pero es solo una simulación la que lo estimula y que se convierte en catarsis histórica.

Es tiempo de aristocracias anticorruptas y, en especial, de una clase media moralmente parásita, embriagada con la superflua moral mediática, suficiente para sepultar la fuerza de la sociedad, interés real del escándalo.

El Congreso Nacional no pudo fiscalizar gobiernos, ministros ni su propia práctica. No asumió responsabilidad de trascendentes intereses del país. Estuvo de espaldas. Careció de moral nacional.

Quedan atrás preocupaciones sobre la venta de las eléctricas, cuestionamientos sobre el OCP, procedimientos y contratos (San Francisco, entre otros), sombrías renegociaciones de la deuda, la dolarización como política militar, la vida de la AGD, la estafa bancaria, la vergonzosa política exterior.

Bajo estas lápidas yace la función de fiscalización del Congreso. Ni el delirio del inspector Javert (de la novela Los Miserables) la podría sustituir. No entendió la diferencia entre el “éxito” de la puntería de quien abate a un delincuente y la gloria de quien impide su formación. Al Congreso Nacional no lo inspira la historia, está intoxicado con la rentabilidad de lo inmediato.

El ocaso de esta ideología es la marca del poder agotado. No se trata de su envejecimiento sino de la imposibilidad para crecer, de la insignificancia de su moral, la eficacia con la que ha logrado arrinconar a la nación y al pueblo, la puerilidad de sus triunfos, su riqueza improductiva, su refugio extranjero, donde se siente tan moderno como el medio en el que gasta sus premios y conquistas.

El sendero de una administración estancada es el reino de hacedores y perseguidores de delincuentes.

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* Director de teatro


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