También con nuevos actores, Ecuador revive el pasado.
Se reconstituyó el viejo poder articulado por la banca especulativa cuyas ganancias carecen de nexos con la industria, agricultura, servicios, transporte. Sus beneficios provienen de recursos estatales fáciles, papeles fiduciarios y relaciones de propiedad con un sector de medios de comunicación que recrean el sistema ideológico de control social.
Esta banca y sus socios mediáticos manipulan organismos estatales relativamente estables. En conjunto, forman la trilogía que designa los “opuestos” entre los cuales el electorado “elige”.
No existe opinión pública, ésta ha sido copada por la opinión del poder.
El límite a la reflexión sobre el destino social es un límite al desarrollo.
La estructura de poder controla caóticamente y se reproduce impidiendo o marginando iniciativas individuales y colectivas, suprimiendo potenciales transformaciones.
Esta tragedia se ubicó en un nuevo estadio hace algo mas de 20 años con la sujeción del país al petróleo, la dependencia de la deuda externa, la conversión de los ingresos petroleros en pagos de esa deuda, el sometimiento al capital imaginario, la degradación del sistema social, el resquebrajamiento de la democracia al extremo que en su administración “nacional” conformó la ‘alianza de poder’ con la comunidad financiera internacional que resuelve el destino del país.
Un sector de grandes medios de comunicación es corresponsable del atraso social. Máquina reproductora de axiomas, dogmas y verdades agónicas que reduce a la impotencia el reclamo social.
El vacío de crítica al poder es ocupado por entretenimientos políticos estériles, búsquedas y encubrimientos de una seudo moral sin política, con que se ha intoxicado la información, quejas superficiales intrascendentes y llantos individuales encauzados a la conmiseración, pero no al cambio de ninguna naturaleza.
La libertad de expresión es una ilusión en casi todo el mundo. En Ecuador las ideas fijas y el uso de imágenes desgastadas constituyen el enfoque de la representación que ha vivido demasiado en el Estado.
Los medios de comunicación y, sobre todo la televisión, son estrictamente privados, generalmente cerrados, advertidos para no dejar que pase un solo elemento crítico a la situación que le sea ventajosa.
Esto terminará siendo un bumerang.
El instinto de las masas se contrapone a su designio y la colectividad que se sabe de antemano derrotada, opta por el éxodo. Se añade la miseria, desocupación, falta de calificación laboral, desconocimiento de derechos, extrema arbitrariedad, doblez moral en la conducción del país, uso delictivo del Estado que se destruye paulatinamente.
El curso hacia el desastre se agravó a partir del gobierno de Sixto Durán Ballén y alcanzó manifestación irreversible en el de Jamil Mahuad, elegido por el stablishment y la ‘alianza de poder’ que ahora se ha consolidado.
El Estado comenzó a desaparecer, a desregular controles respecto de la economía, perdió soberanía monetaria; política militar, económica, internacional, poblacional y seguridad jurídica.
El Estado se va. Se ausenta al extremo que para cobrar deudas de la estatizada banca quebrada necesita contratar un zar.
Liberar al Estado de la iglesia fue tan trascendente a fines del XIX como sería hoy, liberar al Estado de la banca y, al mismo tiempo, liberar a los medios de comunicación de accionistas bancarios. Sería la forma de liberar la palabra y también a la propia banca del parasitismo de los dineros fáciles. Pero este poder tiene miedo del proceso productivo en un país subdesarrollado.
Esa ‘alianza de poder’ solo teme y se vuelve sensible ante la posibilidad del cambio de la administración de los Estados latinoamericanos, por esto asistió tan velozmente a dos países cuyas crisis son parecidas a las del resto de la región. En Uruguay y Brasil hay alternativas de poder no obediente. Mientras, en Ecuador solo puede continuar lo mismo, por ello, no cabe la asistencia, basta el llamado de atención.
Incluso la intelectualidad, ganada por la estética cortesana o financiada para recrear juicios del cientismo social ajeno, exhibe ese fenómeno de extrema sumisión. Su rol es apoyar la violencia del Estado y desconocer la moral como condición para hacer la historia.
Ante la honda depresión social, de lo alto cayó la sabiduría de “hay que ser positivo”, “tener energía positiva”, “ser optimista”, pensar propositivamente”, “no la protesta sino la propuesta”. Son lecturas oficiales y encubrimientos que intentan contrarrestar la apatía social e incertidumbre colectiva sobre el quehacer estatal y el proceso electoral que le son extraños.
Desde tales propuestas, programas y energías, la historia no cambia. Pero fuerzas sociales que están en la entraña de la derrota de esta nación se gestan en el sueño de la paz y el desarrollo.