En el siglo XXI volvió a cambiar la función de la guerra y la paz. Mutó en la declinación de soberanías y economías subdesarrolladas, en el trastorno de la hegemonía de las potencias, en la unipolar militarización que escolta la globalización.
La guerra es estrategia de Estados con mañana, afirman sus auspiciantes. La nueva paz vendrá después, se asegura. Entretanto, la paz que hoy se invoca encubre a débiles y enemigos, advierten los promotores bélicos.
El porvenir mengua Estados nacionales, a la vez que incrementa transnacionales en la administración del mundo.
Hoy, en muchos sentidos más que antes, poseer visión de un punto en el horizonte de la especie humana podría significar sobrevivir.
Carecer de estrategia y asumir el vacío histórico de la guerra unipolar es convertir al Estado en micro organismo teledirigido desde cualquier fuerza trasnacional.
En países subdesarrollados han predominado bandas estatales que hicieron de la política artificios de su enriquecimiento y pauperización de masas. Hoy se consolidan en la decadencia del viejo orden internacional que, junto con el nuevo, depreda Estados obligados a concesiones, renegociaciones, privatizaciones, autorizaciones, compromisos bélicos, limpieza de dineros, simplificaciones ideológicas.
Militarizado el presente, la guerra realizará el nuevo orden y garantizará el usufructo de los recursos conquistados, suponen las nociones unipolares.
La guerra ha dejado de ser cuestión de caballería, sirvió en el pasado, junto a las demandas del laisser faire, a la gestación de colonias, economías y Estados nacionales, cuyas formas republicanas o decorativamente monárquicas aún ocultan y comparten el acelerado desplazamiento de los roles bélicos anteriores.
La nueva función de la guerra se asienta en la tecnología de punta: robots, aviones invisibles, bombas inteligentes y nucleares, satélites que observan el cielo, la tierra y el infierno. Se añaden insuperables controles económicos y de la subjetividad colectiva, descontroles cibernéticos, prohibiciones de conocimientos, fraudes científicos.
Los complejos militares e industriales de las potencias se han diferenciado profundamente de los ejércitos tercermundistas, educados por ellos en la obediencia y respeto a sus estímulos como una máquina a la tecla.
El subdesarrollo exhibe países históricamente obsoletos. “En vías de desarrollo” es solo un eufemismo amansador. Reduce la historia a una circunstancia y asume como virtud la guerra o la paz impuestas. En cualquier caso, la no contradicción con el mas fuerte.
El mañana recomienza cada día con la misma oración y el mismo presente sin fin.
Ejércitos sin funciones estratégicas -la mayoría de los subdesarrollados- quedan para la múltiple y polivalente represión usada por la técnica global: ocupaciones en despliegues restrictivos, genocidios, venganzas, simulaciones bélicas, participaciones encubiertas, enloquecedoras nociones doctrinarias que saturan el entendimiento militar.
El carácter asombrosamente dócil del subdesarrollo se asemeja al reflejo del perro condicionado para el bien, detectar drogas, explosivos, carne humana, contrabandos, malas intenciones, seguridades frágiles. Los canes pueden ladrar a las sombras o mostrar miedo, pero nunca mas aullar el himno de la manada, donde se recrea su libertad.
En el subdesarrollo el miedo que se inocula es proporcional a la dimensión de sus recursos. Demasiados horrores posibles han perjudicado el honor real de nuestras sociedades, se afirma.
La condición moral en la historia ha sido descompuesta por la contraposición de la debilidad y la fuerza extremas.
La economía para los débiles ha sido reducida a papeles, ficciones de inversión y préstamos que agigantan la deuda. Todo se anestesia y permanece en la cotidianidad. No es posible pensar mas allá de un presupuesto.
Los países destinados a disolverse son precipitados hacia la estrategia bélica del mas fuerte.
Ahora, han instituido trilogías autoritarias sobre la miseria subdesarrollada: la comunidad financiera internacional, el cerebro; la banca “nacional” especulativa, el brazo ejecutor; sus mass-media, la opinión pública. Actúan a través de los partidos de Estado y el anquilosado aparato administrativo.
El laureado FMI es cebado por los beneficios político-militares que aporta. Sus técnicos -en ruletas bursátiles y seudo créditos- disfrutan la política económica impuesta al subdesarrollo, mundo que paga los costos de la “comunidad financiera internacional”. El método consiste en endeudarlos hasta que estallen en herméticas jaulas, para suprimir ondas políticas, y se reestructuren poblacional y económicamente para merecer otra vez los beneficios del círculo vicioso del endeudamiento.
Esta debilidad sin horizonte envejece prematuramente a los países atrasados. Es la vuelta a la infancia desde la provocada senectud, a la desastrosa lógica que arrincona, incluso a las fuerzas armadas en una supuesta “defensa” que agota sus funciones en la lucha anti-terrorismo, delincuencia, drogas o pobreza. Esta última, convertida en otro negocio mayor de la comunidad financiera. Así se articula la servidumbre nacional.
El carácter persuasivo de los mísiles supergenius, la cibernética militar, el internet espía, el control informático, la cacería espacial, arman el axioma de que la razón pertenece siempre al mas fuerte. La guerra de héroes, mártires y víctimas se ha convertido en tiro al blanco electrónico.
Erupciona una nueva función de las armas que intoxica de temores y escudos. No se señalan contendientes. El enemigo está en todas partes. Hay que controlar y domeñar el planeta.
De otro lado, suicidarse aterrorizando deviene arma de los débiles en todas partes. La práctica de los fuertes es liquidar antes a los suicidas. La opción final sería la técnica de la naturaleza, la muerte que resuelve todas las cosas. Pero la muerte inmersa en la guerra unipolar y en la impotencia del suicida multiplica la descomposición social. Ni siquiera basta la convocatoria del gurú Deepack Chopra, a los líderes espirituales, el Papa y el Dalai Lama, destinada a “hacer de escudos humanos para impedir el ataque a Irak” (El Comercio, 2 de marzo de 2003).
El suicidio del vencido mina paulatinamente la victoria del vencedor.
Los vencidos a priori son Estados destruidos, pueblos derrotados, supersticiones heredadas, salvadores desaparecidos. Para los débiles es posible destruir victorias; no impedirlas. Desnuda la conquista. Queda la infamia.
Las obsesiones por la guerra y la paz unipolar disponen de máxima técnica y mínima racionalidad, dejan de lado a la humanidad.
La evolución de la especie se pervierte en lo que se denomina el darwinismo social.