Entre los significados de la invasión, destrucción y prometida reconstrucción de Irak -así habla el Departamento de Estado- uno mayor se relaciona con el imperceptible deceso de la democracia estadounidense. Proceso paulatino, de baja intensidad, visible en la impotencia de la razón estatal cuyos argumentos (las armas capaces de destruir la vida) enfrentan la moral de la humanidad.
Esta vez, la violencia que simplifica las cosas confronta la de quienes recrean la dominación y también la de quienes se sepultan en la resistencia. A esta condición humana pertenece Hebe de Bonafini, presidenta de las Madres de la Plaza de Mayo. Sus hijos desaparecieron en las manos de intereses semejantes a los que hoy van a «democratizar» Irak. Mujer símbolo de una voluntad que germina en toda la Tierra.
El sábado 8 de mazo de 2003 se irguió frente a la base militar norteamericana de Camp Derby en Pisa, Italia, y desde ahí lanzó un grito al mundo:
«¡Perdón! querido pueblo iraquí. ¡Perdón! madres iraquíes por esta guerra. ¡Perdón!
«Nosotras, las Madres de Plaza de Mayo, estamos aquí para denunciar al imperialismo que nos quiere destruir; que quiere ser el dueño del mundo.
«Las Madres repudiamos la guerra. No queremos la guerra, no queremos el sometimiento de los pueblos.
«Las guerras traen solo muerte y destrucción.
«Es muy duro lo que pasa, compañeros. Yo estuve en Irak y volveré allí para hacer de escudo humano.
«Allí ví a las madres en los hospitales, sentadas, esperando la muerte de sus hijos que estaban envenenados por el uranio empobrecido de la otra guerra.
«Cientos de niños mueren por día en Irak, miles y miles están esperando desesperados y enloquecidos.
«Nosotros desde aquí, desde este lugar, pedimos que toda la maldición de los dioses caiga sobre Bush, sobre Berlusconi, sobre Aznar, sobre Blair, que son los que quieren hacer la guerra.
«¡Que manden a sus hijos a hacer la guerra, no a nuestros hijos!
«¡Las Madres estamos hartas que manden a nuestros hijos a la guerra y ellos sean siempre los protegidos!
«Cada manifestación, cada grito, tiene que repicar en el mundo para que llegue a los oídos prepotentes de los que quieren hacer la guerra para ser más ricos, para tener más petróleo, pero… ¿cuántos millones de muertes sobre sus cabezas?
«¡Queremos la vida y no la muerte! Amamos la paz construida sobre la destrucción de las fábricas de muerte. ¡Basta de construir armas para la guerra!
«Construyamos fábricas, para que en nuestros países haya trabajo, haya dignidad y no muerte de niños por hambre.
«¡Basta de guerras, los maldigo!
«¡Malditos hombres poderosos!
«¡MALDITO BLAIR, MALDITO BUSH, MALDITO AZNAR, MALDITO BERLUSCONI!»
Estas misma palabras se repiten en todas las lenguas. El descontento frente a la situación de guerra crece al ritmo del fuego.
Resta la matanza. Y la incansable aproximación de los pueblos que habiendo perdido la fe incluso en sí mismos invocan a los dioses de todas sus religiones.
Musulmanes, cristianos, hindúes, budistas, divinidades de cada rincón del planeta y de todas las épocas, quehaceres de la magia y hechizos se manifiestan contra esta ciencia y tecnología de punta capaz de matar el anhelo de producir un ser humano mejor.
La guerra multiplicará en dimensión desconocida un odio aún desconocido.
Es la primera vez que devotos de diversas deidades sienten que para ser oídos deben unirse contra sus amos comunes.
Bonafini integra la voz de este continente.