Invasión a Irak aproxima a Bush y Pirro II*

La lucha contra el terrorismo, según la acepción-Bush, y a pesar de él, es lucha contra sí mismo.

La posguerra desnudará el propósito de la invasión: administración tutelada de Iraq, petróleo usufructuado bajo la condición de trofeo y objetivo de guerra, usado como arma de presión en el reordenamiento de políticas, culturas, potencialidades y comprensiones del presente. Todo ha comenzado a demostrar que el desenfrenado triunfo se obtiene con mas daños del vencedor que del vencido. Vencido es un plural, integra a la humanidad presente.

Los actos de posguerra, llamados acciones humanitarias, para sobrevivientes del genocidio, son obsequios bondadosos de gobiernos, preparados para espectáculos de TV.

Nociones mutiladas e inconexas de la realidad articulan la ideología de la invasión y conquista de los recursos del pueblo y la nación iraquí.

El diccionario de su mendaz léxico denomina liberación a la conquista que aún, antes de ser alcanzada, inicia crecientes e irreversibles disputas entre quienes constituyeron este orden que fenece.

La instrumentación de la agónica ONU en el “tratamiento” de sobrevivientes del terror emplea la cínica denominación “petróleo por alimentos”. Cabría preguntarse petróleo de quién, manejado por quién y en el mercado de quién.

El anacronismo del Consejo de Seguridad luce sin rubor y equívocos. La votación en el tema “petróleo por alimentos” fue todos a favor, nadie en contra. Esa impotencia de las Naciones Unidas es una de las mas severas derrotas de la administración Bush. Las denuncias del ex canciller Robin Cook, a pesar de la prudencia exteriorizada por la inmediatez de su pertinencia al gabinete de Blair, constituyen una luz y condena sobre metas y procedimientos del eje invasor.

La mayor amenaza a la administración Bush no sería la imaginaria posibilidad del retiro de sus fuerzas junto con las del Reino Unido. El apocalipsis por venir radica en la victoria posterior a la derrota de Irak, porque entonces el presidente Bush podrá pronunciar por primera vez la palabra petróleo que durante la agresión y destrucción fue silenciada. La población mundial podrá reclamar por el significado de esa representación proyectada sobre los índices bursátiles.

Será entonces cuando las rupturas entre las mayores bolsas del planeta se conviertan en antesala y signos del resquebrajamiento de la estructura económica que alcanzó la globalización. Su quebrantamiento dará paso al reordenamiento de fuerzas.

La globalización del 89 nació belicista y aquella en la cual la humanidad podría unificar sus potencialidades para crear un continente de su diversidad permanece en la esfera de la utopía.

En este 2003, la invasión a Irak degrada la economía norteamericana. Ningún acto de piratería, por exitoso que fuera, logró nunca desarrollo o crecimiento estratégico de los agresores.

El oro que España extrajo de América la convirtió de primera potencia mundial en país secundario. En el abismo, durante los años sesentas y setentas del siglo XX llegó a ser una especie de frontera entre la Europa blanca y desarrollada y ese mas allá de los Pirineros “donde comenzaba Africa”, como despectivamente definían entonces al país de los ambulantes trabajadores españoles de la era de Francisco Franco, referente del presidente Aznar, lejano vasallo del Rey Juan Carlos y su silencio, aunque muy próximo al bullicio y la corte del Presidente norteamericano y su aliado único, Tony Blair.

La militarización de la economía norteamericana y sus demandas crecientes empobrecerán la orientación hacia la democracia y el bienestar en que se soñó ubicar la política y la tecnología de ese país.

La administración norteamericana está plagada de líderes vinculados en el pasado inmediato a decisivas empresas petroleras y corporaciones fabricantes y abastecedoras de armas: Dick Cheney, vicepresidente, fue presidente de la empresa de servicios petroleros Halliburton, hasta diciembre de 2001. Su filial, Brown & Root, construyó las celdas de alojamiento para los prisioneros afganos, en Guantánamo. Lynne Cheney, esposa del vicepresidente Dick Cheney, entre 1994 y enero de 2001, formó parte de la mesa principal de directores de la empresa fabricante de armas estadounidense Lockheed Martin. Donald Rumsfeld, secretario de Defensa de George W. Bush tiene nexos con los personeros de la Huges Aircraft Company y la Rockwell International Company, empresas abastecedoras de armas. Colin Powell, Secretario de Defensa, poseía mas de un millón de dólares en acciones de la General Dynamics. Otto Reich, subsecretario de Estado para América Latina, anteriormente estuvo en las filas de Lockheed Martin. Norman Mineta, ministro de Comunicaciones y Transportes, junto a su segundo, Michael Jackson, fueron vicepresidentes de la Lockheed Martín. Paul Wolfowitz, subsecretario de Defensa, ocupó el cargo de asesor de la Northrop Grumman. Similar cargo ocupó Dov Zakheim, contralor del Pentágono. James Roche, secretario de la Fuerza Aérea, antes fungió como Presidente de Northorp Gruman, voz decisiva para aprobar la compra de aviones de combate (Líderes, 31 de marzo de 2003).

La credibilidad de la administración norteamericana decae al extremo de que, por primera vez, muchos países de América Latina –sintiéndose “tan lejos de Dios”, según el decir de los mexicanos- se pronuncian contra esa guerra de manera directa. Las palabras de Fox, Chávez, Lula, Duhalde son parte de la voluntad antibélica de Latinoamérica.

La orientación de las Fuerzas Armadas del mundo, confundidas en las acepciones ideológicas de esta coyuntura, podrían rever las doctrinas con las cuales se encadenaron a una política militar que no podrá permanecer tranquila después de contemplar la derrota de Irak.

Nadie duda, la destrucción de Irak es directamente proporcional al éxito de G.W. Bush. A la vez, todos están seguros que esa victoriosa destrucción recorrerá el planeta sembrando un odio que no se extinguirá sino con un mundo nuevo, hecho de todos los continentes.

La fortaleza de los pueblos del Reino Unido y de Norteamérica se anticipa con sus protestas, a muchos pueblos de la Tierra proclamando esta certeza y reconstruyendo el sentido real de terrorismo, humanismo, liberación.

Los pueblos del mundo desean las victorias de la paz, no las del terror.

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* Rey de Epiro (319-272 a.de n.e.) Fue vencedor en Ascoli (279). Tan caro le costó este último triunfo que contestó ingeniosamente a las felicitaciones de sus generales: “Con otra victoria como ésta , estoy perdido”. Por eso se denomina victoria pírrica la obtenida después de haber sufrido excesivas pérdidas. Larousse, 1991.