El gobierno que preside Lucio Gutiérrez ofrendó la diferencia, que lo constituyó el 21 de enero de 2000, al poder que se engendró el 1 de septiembre de 1975, fecha en que se inició, desde una funeraria, el asalto a Carondelet contra el gobierno que había decretado la obligatoriedad del salario (pago en dinero, no en especie) y que organizó las empresas estatales que hasta hoy no terminan de venderse. Guillermo Rodríguez Lara cayó meses después, como consecuencia de ese dilatado golpe de Estado.
El 11 de enero de 1976, el Triunvirato presidido por Alfredo Poveda daría paso a la conducción estatal de un gansteril capital financiero –desligado de la producción, depredador de los dineros fáciles del Estado- que desplazó a las fuerzas agroexportadoras. Desde entonces, imperan comunidad financiera internacional, banca especulativa y un sector mediático encargado de informar sobre exaltaciones, penas y pesares de la subjetividad de esta regente trinidad.
Sumergido en la cotidianidad –semejante a sus predecesores, desde enero de 1976- el gobierno de Gutiérrez yace en la imposibilidad de superar límites de producción nacional, ideología y estructura estatal.
El alboroto vicioso sobre el quehacer gubernamental no consigue ocultar los intereses que se apropiaron del Estado ecuatoriano ni el oscuro mundo de las finanzas que determinan política y gestión. Tampoco impide que se filtre el significado del giro bélico en la mutación mundial.
La invasión a Irak y sus consecuencias nos ubican en tiempos evidentes, el vasallaje del derecho internacional ante el derecho unipolar, arbitrio de la super-fuerza que proclama: mi voluntad es legalidad, la humanidad queda subordinada a mis normas, el camino de la existencia soy yo.
La apariencia de renovación en Ecuador radicó en la presencia estatal de un conjunto de actores en nombre de la diversidad étnica de la población. Lo hicieron democráticamente. Según los tiempos. No aparecieron como los combatientes de antaño. No fueron Rumiñahuis dispuestos a quemar parajes, destinos y recintos, matar vírgenes y desvirtuar tesoros ante los invasores. Emergieron como sujetos políticos mas visibles bajo el amanecer de 1989: momento en que se redujo la función de las clases, mientras se elevaba la de naciones, etnias, transnacionales y se desdibujaba el papel del Estado y la soberanía. Fenómeno que ubica para junio de 1990 el primer levantamiento indígena de esta época.
Las elecciones de 2002 contaron con la trascendente mirada popular a la protesta del 21 de enero de 2000, contra los manejos que debilitaban las armas ecuatorianas con el fin de pasarlas del Sur al Norte y asignarles la intervención paulatina en la guerra civil de Colombia. Se sumaba la indignación por la estafa bancaria de 1999 y la gansterización del capital financiero junto a su representación política. La respuesta ilusoria brotó de una parcela de fraternidad entre Fuerza Armadas y pueblo con el fin de enfrentar la acelerada destrucción del Estado.
Lucio Gutiérrez fue signo de esa protesta, junto a Antonio Vargas y Carlos Solórzano. La imaginación colectiva partió luz y tinieblas.
La ciudadanía reconoció electoralmente aquella protesta el 20 de octubre de 2002 en la primera vuelta. Y creyó ratificarla el 24 de noviembre en la elección del binomio Lucio Gutiérrez-Alfredo Palacio que se posesionó como Presidente y Vicepresidente de la República del Ecuador el 15 de enero de 2003.
Desde entonces, el tiempo se teje con las horas que siguieron al 21, las del 22 de enero, con horas del golpe de Estado que instaló a Gustavo Noboa como continuador de Mahuad en la Presidencia.
El novel gobierno de Gutiérrez fue cercado violentamente por el anciano poder y sus desgastados políticos. Ahora tiene cauce, brújula e instancias en las cuales ha de permanecer so pena de perder su estabilidad. La mejorada calificación de riesgo-país supone algún éxito irreversible por firmar en menor tiempo la Carta de Intención: la reincidencia de lo caduco. Se explota el sector estatal de la economía igual que una mina que estalla para alcanzar el mercado, la privatización barata. No se cuestiona el significado de la dolarización impuesta desde una estrategia militar ajena, sin reforma financiera, crediticia, bancaria o administrativa subyugando al Estado y sus recursos.
No obstante, las fuerzas electas desplazaron a un sector exponencial de la política que rivaliza con el gobierno en la representación del mismo poder.
Lucio Gutiérrez incorpora al gobierno (y, tal vez, al establecimiento) a representantes de ancestrales pueblos y sectores sociales marginados que son contemplados con horror por los acomodados en el viejo régimen. Se diría que continúa lo mismo, pero en algo substancial ya no lo es. Subrepticiamente continúa la aproximación de Ecuador a la guerra civil de Colombia y a la denominada Iniciativa Andina, dos políticas ajenas para la región. Ya no basta negar la adhesión de Ecuador a ese destino, si la institucionalidad silenciosamente asume el curso de esas artes.
La información ocupa el entendimiento colectivo con trivialidades, disputas intrascendentes e infructuosa criminalística política. Pocas palabras denuncian el significado del sometimiento acrítico a la dinastía FMI y su familia financiera, omnipotente en el quehacer administrativo y político de Ecuador. La gestión petrolera se reduce a la conversión del recurso en garantía del endeudamiento y fuente para el pago de la deuda externa, monto semejante al porcentaje que el petróleo ocupa en el presupuesto del Estado.
Del gobierno asombra su estremecedora (in)experiencia, no administrativa ni política sino humana, que podríamos traducir como inocencia frente al poder. Y si no fuese inocencia, sería algo severo en el lenguaje de la Historia.
Mas que nunca es visible la trinidad que conduce al Estado y la nación. En casi tres décadas, se ha hecho lo que las armas en Iraq programan después de esta invasión, convertir todo su petróleo en respaldo de la deuda externa, vender sus empresas al mejor postor de “cualquier” licitación, reducir su ejército a obedecer alguna iniciativa “golfopersista”, “iraquí” o “árabe”.
En Ecuador ya no habrá reforma política, a no ser que se circunscriba a alguna superficial y tardía. Se perdió la fuerza del origen. El pasado se impone como designio de lo inmediato.
La guerra en el mundo y la paz en Ecuador han producido relámpagos por los que nunca mas volverá la inocencia frente a la política de ayer.
Son las mismas cosas del pasado. Y, sin embargo, ya no son las mismas.