El presidente de Colombia, Álvaro Uribe, ha hecho un llamado a los ecuatorianos encaminado a “desmitificar el componente militar del Plan Colombia”. El planteamiento tiene la polivalencia que ha caracterizado también los discursos gubernamentales y parlamentarios del Estado ecuatoriano.
En todos los casos, si se juntasen las posiciones de cada momento formarían la cadena del absurdo, la mitificación de las palabras, no de la realidad.
En la práctica, el quehacer del Estado colombiano, como del ecuatoriano, no solo que no obedece a mitificación alguna del componente militar sino que están inmersos en la atmósfera de la “mística militar” que poseen tanto el Plan Colombia como la Iniciativa Andina.
A Ecuador, pedirle más es pedirle sangre. Ha hecho más por el componente militar del Plan Colombia que lo realizado por el propio gobierno colombiano. Práctica que se la desconoce para ocultar la debilidad del gobierno de Uribe dentro de sus fronteras.
Un brevísimo recuento bastaría para saber que el Estado ecuatoriano no sólo que jamás mitificó ni planteó temor alguno a la guerra, sino que fue conducido con y sin su conciencia –según el estado de ánimo de sus mandatarios- al sendero de la cotidiana preparación para intervenir en la guerra civil de Colombia.
Ecuador cedió su disputa de límites a la voluntad de los garantes, presididos y liderados por Estados Unidos, con el fin de liberar su ejército de afanes territoriales y destinarlo a los esfuerzos de la lucha contra delitos de lesa humanidad, droga, corrupción y terrorismo. Los tres se entienden de manera axiomática y son suficientes para el juicio final que las armas propinarán a la maldad en el planeta. En esa lucha, a nosotros nos corresponde el campo militar en la frontera Norte.
A esto accedieron mandatarios ecuatorianos anestesiados por la inconciencia y el clamoroso reconocimiento de la Organización de Estados Americanos y de las filisteas proclamas de paz, democracia y financiamientos de no se sabe qué.
El poder en Ecuador cedió la base militar de Manta que crece como neuronas que podrían terminar siendo el cerebro militar de nuestro cuerpo. Base que puede utilizar la infraestructura militar vecina que, en el caso del territorio nacional, le permite llegar a todas sus fronteras por su proximidad.
La Base no está destinada a controlar a Ecuador –según dicen- sino a actuar militarmente contra el mal en Colombia.
Nuestros puertos están al servicio de esas causas que van sustituyendo o han sustituido las razones de la soberanía nacional que hoy, vaciada de todo contenido, es antifaz de lucha contra drogas, terrorismo y delincuencia.
En el espacio geoestacionario, en algún lugar deshabitado de las Islas Galápagos y el océano colindante patrullan máquinas que no conocemos, como también desconocemos sus resultados. Se exceptúa el caso de ”emigrantes capturados en alta mar” y devueltos como prisioneros a su propio país.
La dolarización que se adoptó el 9 de enero de 2000 es política militar y premisa del golpe de Estado del 22 de enero del mismo año. Todo fue organizado desde determinantes internacionales que hoy rigen el destino de los más débiles. Claro que estas cosas se realizan a la sombra de declaraciones que las niegan voceros de mandatarios de circunstancias.
Ecuador no es la excepción. El tratamiento verbal de los conflictos bélicos en sus fases previas o desenlaces se cubre siempre con antónimos negadores de sus prácticas. Un momento antes de la conflagración, nunca se dijo guerra sino paz. No se dijo ilegitimidad destructora sino legalidad reconstructora. Nunca se dijo arbitrariedad dictatorial sino búsqueda de la democracia. Nunca se dijo petróleo sino agua bendita.
Ecuador se ha endeudado y sigue endeudándose también por pertrechos militares. El costo será mayor cuando comiencen las hazañas. Pues, como los sabios y el vulgo saben, las guerras son dinero, dinero y más dinero.
Para entonces, el Fondo Monetario Internacional, que maneja muy bien los aspectos castrenses de la moneda, podrá reconocer el derecho a la soberanía monetaria para que se emita un sucre impreso en abundancia, pagador de millonarios costos bélicos de la búsqueda del bien en la frontera Norte.
Así se reproducirá el atraso, el subdesarrollo, la ignorancia, la chatura espiritual del poder y su riqueza domiciliada, junto con sus propietarios, fuera de las fronteras nacionales.
Las deudas requerirán tratamiento técnico y, para eso, la comunidad financiera prestará sus expertos. La reconstrucción de los destruidos países latinoamericanos podrá contar con minas y petróleos, mares y órbitas espaciales. En la zona del combate, su macro y microbiología serán destinadas a la ciencia, la técnica militar y su economía.
Se incorpora, incluso, la capacidad persuasiva de Álvaro Uribe ante algunos mandos ecuatorianos que escuchan su voz de igual manera que el navegante contempla la brújula. Artefacto que no percibe a quienes ni a dónde guía.
El presidente Uribe parece no haber sido informado de estas, aún pequeñas contribuciones, frente a la que será la mayor que Ecuador haga al Plan Colombia: su extinción.
Si Uribe le otorgara más crédito a lo que podrían ver sus ojos que a lo que esporádicamente escuchan sus oídos, solo pediría no acelerar tanto el ritmo. El Estado colombiano, aún más que el ecuatoriano, carece de la preparación, la voluntad y la razón histórica para vencer bajo estas circunstancias.
Es cierto que entre la población ecuatoriana y sus gobiernos hay diferentes comprensiones sobre lo que sucede. Sin embargo, la tozudez de los hechos es observada sin palabras de manera compartida por Estados y población de toda la región.