Estado-caja-de-títeres

La propiedad sobre la tierra y la agricultura atentaron contra un momento maravilloso de la especie humana: el instante de los pueblos nómadas que descubrieron amaneceres, paisajes, soles, tierras habitadas, aguas de colores capaces de suprimir el cansancio.

La vida mutó en colectividades sedentarias. Paulatinamente intentó recrear la naturaleza que el no-andar había perdido. La espontánea presencia de la desigualdad de fuerzas se plasmó en el Estado y su jurisdicción, confín del movimiento del pueblo que empezaba a detenerse. Del espíritu nómada quedaron costumbres prisioneras en el territorio que, en su madurez, se llamaría nacional. Encantadoras imágenes del entendimiento crecieron en la imaginación y la memoria estética se consagró a contrarrestar su fugacidad.

La caja de títeres fue prodigio destinado a la premonición, alabanza, advertencia y, a veces, impotencia frente a un mundo que vuelve a nacer. Fueron torrentes de premisas, improvisaciones ambulantes, disimuladas invocaciones que prescribieron las obras de todos los Shekaspeares. Tiempos en que la palabra inmediata y directa se recreaba. Los escenarios de la política jugaban en el campo de lo real y simulaban espacios teatrales para proteger su consecuencia y verdadera trascendencia.

Donde se perdió brutal y ostensiblemente la soberanía, el inconsciente colectivo advierte el fin de la jurisdicción sobre el territorio. La agricultura y la industria se contraen expulsando al habitante del agro y la ciudad, convirtiéndolo en marginal de alguna urbe, pordiosero de camino, sub ocupado del asfalto. La población incontenible excede la oferta laboral. La identidad perdida, aquella que traman las colectividades, no admite muecas de máscaras. Una inmensa porción de la población opta por errar. Son emigrantes de esta tierra, migrantes del planeta, también de una condición social a otra, de diferencias y desigualdades hacia discriminaciones y distancias recientes.

La economía está fuera de control y con ella todas las políticas estatales. Sus administradores saben que el Estado ha devenido caja-de-títeres. Ponen en escena, día a día, disputas aparentemente reales destinadas al vacío. Ocupan la esfera emocional de la colectividad, jamás una neurona intelectiva del significado de semejante diversión. Congreso, Ejecutivo, Función Judicial, centros de formación de actores políticos montan dramas recurrentes, extrañamente percibidos y actuados fuera del tiempo. Cambian figurantes, coristas y extras, decorados, timbres de voz, volúmenes de textos. Pero, el género del drama es siempre el mismo, la farsa. Serie subdesarrollada de detectives, crímenes y juicios finales. Todo bajo la mirada técnica de la comunidad financiera encargada de la moral y el crédito de las obras.

El Estado-caja-de-títeres se apolilla, se cubre y descubre con telones y colores al gusto de los nuevos animadores. Equivaldría a los premonitorios trovadores ambulantes que previeron la tragedia. Aquellos tenían grandeza en la percepción y discernimiento, mientras que en este presente los dramas del Estado-caja solo expresan la inercia decadente de títeres descoloridos, sin voces propias ni ajenas, sin otro drama que la comedia impuesta hace varias décadas. El mañana es la nada y el pasado ya no existe.

La globalización llegó invirtiendo el movimiento que caracterizó a la especie humana. Esta vez, ambulamos del sedentarismo al éxodo material, físico, espiritual. Millones de hombres por salir, millones sumergidos en pesadillas de migración, miles representando este drama en la caja de títeres habitada de sus visas y paraderos.

Ecuador es país errante con un punto fijo en la tierra. El espíritu de la población ha vuelto a recorrer el planeta. Aquí queda su cuerpo.

La jaula de actores políticos está repleta de piedras enterradas. Un solo cultivo. La cosecha juntará en montón las mismas semillas.