El fracaso de la convocatoria a Asamblea Constituyente redujo al Presidente en su condición de mandatario. No fue capaz de traspasar los límites impuestos por los representantes del Congreso, el Tribunal Supremo Electoral y su petit entorno.
Simultáneamente creció el repudio al monopolio político.
El haber negado la Constituyente tiene efectos contradictorios. De un lado, desata la voluntad colectiva por alcanzar ese objetivo todavía inmerso en caóticos supuestos. De otro, degrada la autoridad del poder y su representación.
La pérdida de autoridad presidencial está dramáticamente personalizada. El monopolio político se la enrostra en todas las funciones del Estado y le recuerda al Presidente que la soberanía solo a veces radica en el pueblo.
Al renunciar a su atribución de consultar a la ciudadanía sobre la convocatoria a la Constituyente, el Presidente quedó expuesto al sacrificio que le imponga el poder.
Aún su voluntad podría no ser tan obediente como aseguran las fuerzas que determinan el Estado.
Pocos son los casos que definen el destino del Jefe de Estado. La firma del TLC significaría desconocer sus propios pronunciamientos, el clamor de sectores agropecuarios, de diversas ramas de la producción, la intuición colectiva que exige ser consultada y requerimientos de la integración que, en otros procesos como la Unión Europea y MERCOSUR, se han establecido como principios sine-qua-non.
Eludir la declaración de caducidad irreversible del contrato con Oxy sería una lesión enorme a Ecuador. Aunque lo mas grave radica en la arbitrariedad del monopolio político, transnacionales y ciertos intereses extranjeros que no han obedecido la ley, según la práctica de ayer, de hoy y el porvenir del statu quo.
Si la ley para unos es sí y para otros, no, el Estado habría muerto.
El país cuestiona la Base de Manta que en 2009 concluye, según el “convenio” que jamás fue leído por el Congreso ni aprobado por el pueblo.
El silencio del monopolio político fue absoluto, su complicidad apenas se disimula con desgastadas marionetas declaradas “culpables” para obscurecer los hilos y manos que las manipulan.
No se trata de una derrota que pueda convertirse en victoria de algo. Lo más probable es que la derrota comience a invadir los espacios de toda la nación.
En la Francia de estos días, descendientes de inmigrantes (así se identifica a los jóvenes franceses insurrectos) quemaron numerosas escuelas. Un sector oficial reconoció que se quemaba el fracaso de la educación. Aquí podríamos preguntar, ante la derrota de la potestad, respetabilidad y autoridad de mandatarios y el Estado, si existe o no la posibilidad de que en algún momento se queme el fracaso del Poder y sus representantes.