Nos obsequian una guerra con cinta tricolor

La política exterior tiene múltiples significados.

Para un país soberano es la continuación de su política interna en el ámbito internacional que la modifica sin negar su fuente. Para los países débiles, el factor internacional es referencia principal en la resolución de la política interna. Así, la política exterior converge y frecuentemente se subordina a esa condición.

Caso particular es el de un país que ha perdido soberanía. Tal la circunstancia de Ecuador donde, desde hace varios años, la política exterior es continuación de la política de otros. Se agravó a partir de 1998 con el paso de las armas de la frontera sur a la norte y se transparentó en la relación con el gobierno colombiano presidido por Álvaro Uribe.

Admitimos que la política de Colombia tiene apariencia estrictamente colombiana, modificada por el factor externo determinante. Su guerra civil antecede a todos los gobiernos del mundo de hoy y es probable que sobreviva a la mayoría de ellos.

La dimensión de esta circunstancia es de tal magnitud que si bien no contagia a sus vecinos ha generado en el gobierno que preside Uribe una actitud esencialmente belicista predispuesta a convencer a sus vecinos, de manera especial a Ecuador, que el problema de esa guerra civil es regional, y en el sur colombiano, problema de Ecuador.

La prensa pro oficialista de Colombia ha exhibido como argumento el control de la frontera sur por parte de los grupos irregulares. Ante lo cual las Fuerzas Armadas de Ecuador “tendrían” que expresar su solidaridad participando en la guerra en calidad y forma de yunque.

Con este objetivo, Ecuador ha proporcionado todo lo que le han pedido Estados Unidos y Colombia. Desde la materialidad de las bases, acciones y puestos militares abiertos o encubiertos hasta las incomprensiones y silencios requeridos para ingresar en el conflicto con premeditada ingenuidad.

En estos días se han sumado obsesivas denuncias sobre la venta de armamentos de las Fuerzas Armadas ecuatorianas a dichos grupos. La desproporción de las imputaciones parece más destinada a crear un estado de ánimo belicista, depurador de la presunta culpa en nuestras Fuerzas Armadas, que a descubrir un hecho delictivo acreedor de sanción penal.

Quienes pretenden involucrar a Ecuador en el conflicto bélico de Colombia enfrentan el desgano del pueblo para participar en esa guerra, apatía que corresponde a la experiencia de los últimos cincuenta años en los cuales, mientras Ecuador estuvo absorbido en la frontera sur por el problema territorial, la frontera norte no requirió de uniformes.

Durante ese período, nuestro país no perdió un palmo de territorio en el norte ni tuvo que enfrentar el contagio del conflicto político-militar colombiano.

Esta realidad todavía es más fuerte que los crecientes esfuerzos por hacer del soldado ecuatoriano un ejecutor de la voluntad bélica del gobierno colombiano.

Los años recientes desatan la tragedia.

La política exterior -que podría tener su acento en la integración, en la unidad económica, en ese sujeto histórico que sería Sudamérica unida, capaz de tener voz y voto en la OMC, participar como contraparte en el ALCA, reordenar nexos y soluciones regionales y globales, asumir problemas ancestrales- no tiene tiempo sino para obedecer designios ajenos.

A este drama que se cultiva y proyecta en el territorio nacional se suma la debilidad, doblez y ambigüedad con que lo enfrenta la mayoría de la elite del Estado, la política y sectores financieros.

Mauricio Gándara ha planteado una demanda a la política: “Es hora de despertar. En primer lugar, debemos exigirle al Gobierno de Colombia que cumpla con sus responsabilidades bajo el derecho internacional, y según las reglas de la lealtad, y ocupe con su ejército su lado de la frontera común. Se queja del tráfico de armas y de drogas a través del territorio ecuatoriano, y no tiene control de su lado. La propia prensa colombiana atribuye este abandono de la frontera al planeado propósito de empujar la guerrilla hacia el sur a que se enfrente con el ejército ecuatoriano. Si el Gobierno no protesta por este abandono colombiano de la frontera, pues se hace responsable de haber dado consentimiento tácito, si es que no lo ha expresado en algún acuerdo del que no se nos informa.” (El Comercio, 8 de Octubre de 2003, A5)

Nos obsequian una guerra envuelta en uniforme y colores ecuatorianos y nos piden confiar hasta la ceguera. No se advierte que la mayor e insuperable lealtad de gobernantes y gobernados corresponde al destino de su nación.